El cuerpo a la intemperie: Clarice Lispector en su centenario

 

Por Nina Avellaneda

 

Cuando tenía 16 o 17 años me preguntaba si
podría escribirse un relato sin personajes humanos ni animales humanizados. Le
pregunté a quien por azar estaba al lado y seguramente su respuesta fue un encoger
de hombros porque recuerdo que pensé en voz alta, cerrando el tema: sería
poesía.

A los 19,  cuando ya había entrado a estudiar literatura,
escapando del canon hispanoamericano en el que se centraban mis cursos un día
di con un artículo periodístico, o tal vez una reseña, que se titulaba La hora de Clarice. Por ese entonces
quería leer exactamente lo que no se me exigía en la universidad, quería, de
algún modo, seguir leyendo de manera fortuita, sin bibliografía obligatoria ni
recomendaciones, renovar una y otra vez el primer encuentro que, dicho sea de
paso, se había producido con La última
niebla
de María Luisa Bombal.

Pero vuelvo a la reseña. En La hora de Clarice se hacía referencia a
La hora de la estrella, la novela
protagonizada por Macabea, una mujer sin
atributos
y Rodrigo S. M., narrador y quien figura a la protagonista,
además de acaparar casi la mitad de la novela con sus propias divagaciones de
creador. Esa reseña fue mi puerta de entrada a Lispector y aunque la he buscado
para descubrir qué había allí que regeneraba de golpe mi avidez y mi vértigo,
no he dado con ella. Más adelante supe que varios cursos, seminarios y
homenajes en Brasil llevaban el mismo título y ya fue imposible encontrar la
punta de la hebra.

Si bien Lispector comparte
características tanto con Macabea como con Rodrigo, no llegamos a reconocerla
en ninguno. Tampoco hallamos rasgos estrictamente autobiográficos en Un soplo de vida, La pasión según G.H., o Agua
Viva
, por nombrar algunos títulos.  Más
aún, sus personajes –tal como lo señaló más de algún crítico contemporáneo a la
publicación de sus libros— no poseen una personalidad bien esbozada, son
simples sombras sin biografía, “carecen de realismo”. ¿Carecen de realismo? Las
mismas características que en un comienzo respaldaron juicios negativos sobre
su obra, han sido, como ocurre no pocas veces, rescatadas como valores distintivos
de la misma y es así que la crítica ha releído aquellos esbozos de personajes
como una manera de alcanzar lo esencial. Una mujer que bien podría ser cualquier
mujer. Nordestina o dueña de casa, una muchacha con nombre o apenas
identificada con una inicial. El mismo procedimiento, esta búsqueda de lo
medular,  podríamos decir que  sucede con el lenguaje, depurado no a punta
de un vocabulario riquísimo y extenso, o mediante la composición rigurosa de
oraciones subordinadas. La depuración de su escritura es resta, una búsqueda de
lo esencial que recorta y recorta hasta quedarse con el núcleo de un
pensamiento, de una sensación. No es sencilla esta aparente simplicidad,
declara Lispector en Agua viva.

Después de varios
años y habiéndome vuelto una lectora insistente de Clarice Lispector, pienso en
mi pregunta por lo que cabía ser relatado, añadiendo a esa inquietud una deriva
que remece todo: cómo es que confiamos al lenguaje humano –nuestra soberbia
convención- el relato de lo que pretendemos sobrepase lo humano. Me encontré en
sus libros con caballos y búfalos, con el inventario de flores a las que
también yo había dado atributos de sutil intimidad. Con gallinas, muchísimas
gallinas, con el huevo de la gallina, y con la gallina guisada, lista para ser engullida
en un afán de comunión y pertenencia.

Si bien el problema
del lenguaje no encuentra solución en la escritura de Lispector, sí encontramos
una propuesta por desjerarquizar las vidas. Cuerpos humanos, animales y
vegetales conviven en un intento por alcanzar un núcleo en común que, como ha
escrito la traductora Florencia Garramuño, sobrepase lo individual o
autobiográfico. Y sin embargo su escritura es intimista. Me pregunto entonces
qué significa lo íntimo en su escritura, y pienso que no tiene que ver con lo
que separa a un ser humano de otro, ni mucho menos con el ámbito de lo privado,
sino con aquello que siendo parte de la unicidad de un ser hace contacto con
los otros.

Presiento que Lispector en su pregunta por el
mundo se anticipa a una consciencia más expandida hoy por hoy, la idea de que
es preciso convivir, colmarse de arrojo y echar a andar por la intemperie. Un
encuentro con lo desconocido semejante a nuestra búsqueda de lenguaje, que de
intento en intento más revela cuando difiere y no consigue que cuando consigue.
Tal vez sea la diferencia nuestra única arma de reconocimiento
, pues,
como escribe Clarice “del buscar y no del hallar nace lo que yo no conocía, y
que instantáneamente reconozco”.

  

MINEIRINHO, un cuento de Clarice Lispector

Publicado originalmente como crónica en la revista Senhor (1962), y luego como cuento en el libro La legión extranjera (1964), «Mineirinho» es el relato de un crimen sucedido en Río de Janeiro, el 1° de mayo de 1961. El delincuente «Mineirinho», considerado un Robin Hood para los habitantes de las favelas, fue masacrado por la policía y luego arrojado a un sitio al cual acudieron decenas de personas. Su muerte mantuvo contrariados a los habitantes de la ciudad por semanas. El cuento, por su parte, desbarata totalmente el concepto de justicia. 

Cuando en la última entrevista que Clarice Lispector da a la televisión, Julio Lérner, el conductor, le pregunta por algún texto suyo al que le tenga un cariño especial ella responde que hay uno, sí, un cuento sobre un bandido. Un criminal llamado «Mineirinho» que murió con trece balas cuando una sola bastaba. Cualquiera que hubiese sido su crimen, una sola bala bastaba, insiste, el resto era voluntad de matar. Prepotencia.*  

Fotograma de Persona (1966) Ingmar Bergman
Fotograma de Persona (1966) Ingmar Bergman

Mineirinho

Sí, supongo que es en mí, como uno de los representantes de todos nosotros, donde debo buscar el por qué duele la muerte de un criminal. Y por qué me conviene más contar los trece tiros que mataron a Mineirinho que sus crímenes. Le pregunté a mi cocinera qué pensaba sobre el asunto. Vi en su rostro la pequeña convulsión de un conflicto, el malestar de no entender lo que se siente, el de necesitar traicionar sensaciones contradictorias por no saber cómo armonizarlas. Hechos irreductibles, pero también rebeldía irreductible, la violenta compasión de la rebeldía. Sentirse dividido en la propia perplejidad ante el hecho de no poder olvidar que Mineirinho era peligroso y ya había matado demasiado; y sin embargo nosotros lo queríamos vivo. La cocinera se cerró un poco, viéndome tal vez como a la justicia que se venga. Con cierta rabia de mí, que estaba hurgando en su alma, respondió fría: «Lo que siento no se puede decir. ¿Quién no sabe que Mineirinho era un criminal? Pero estoy segura de que él se salvó y ya entró en el cielo». Le respondí que «más que mucha gente que no mató». 


¿Por qué? Sin embargo, la ley primera, la que protege cuerpo y vida insustituibles, es la de que no matarás. Es mi mayor garantía; así no me matan, porque no quiero morir, y así no me dejan matar, porque haber matado será para mí la oscuridad.

Esta es la ley. Pero existe algo que, si me hace oír el primer y el segundo tiro con un alivio de seguridad, en el tercero me pone alerta, en el cuarto desasosegada, el quinto y el sexto me cubren de vergüenza, el séptimo y el octavo los oigo con el corazón latiendo de horror, en el noveno y en el décimo mi boca está temblorosa, en el décimoprimero digo con espanto el nombre de Dios, en el décimosegundo llamo a mi hermano. El décimotercero me asesina, porque yo soy el otro. Porque quiero ser el otro. 

Esa justicia que vela mi sueño, la repudio, humillada por necesitar de ella. Mientras tanto, duermo y falsamente me salvo. Nosotros, los tontos esenciales. Para que mi casa funcione, me exijo como primer deber hacerme la tonta, no ejercer mi rebeldía y mi amor, guardados. Si no me hago la tonta, mi casa se estremece. Debo haber olvidado que bajo la casa está el terreno, el suelo donde una nueva casa podría levantarse. Mientras tanto, dormimos y falsamente nos salvamos. Hasta que trece tiros nos despiertan, y con horror digo demasiado tarde –veintiocho años después que nació Mineirinho– que al hombre perseguido, que a ese no nos lo maten. Porque sé que él es mi error. Y de una vida entera, por Dios, lo que se salva a veces es tan solo el error, y sé que no nos salvaremos mientras nuestro error no nos sea precioso. Mi error es mi espejo, donde veo lo que yo en silencio hice de un hombre. Mi error es el modo como vi abrirse la vida en su carne y me asombré, y vi la materia de vida, placenta y sangre, el barro vivo. Con Mineirinho estalló mi modo de vivir. ¿Cómo no amarlo, si vivió hasta el décimotercer tiro lo que yo dormía? Su atemorizada violencia. Su violencia inocente, no en las consecuencias, pero inocente en sí como la de un hijo del cual el padre no se hizo cargo. Todo lo que en él fue violencia, es furtivo en nosotros, y uno evita la mirada del otro para no correr el riesgo de entenderse. Para que la casa no se estremezca. La violencia estallada en Mineirinho, que solamente otra mano de hombre, la mano de la esperanza, posándose sobre su cabeza aturdida y enferma, podría aplacar y hacer que sus ojos sorprendidos se alzasen y finalmente se llenaran de lágrimas. Solo después que un hombre es encontrado inerte en el suelo, sin la gorra y sin los zapatos, veo que me olvidé de decirle: yo también. 

No quiero esta casa. Quiero la justicia que le hubiera dado una oportunidad a una cosa pura y llena de desamparo en Mineirinho, esa cosa que mueve montañas y es la misma que lo hizo querer «vuelto loco» a una mujer, y la misma que lo llevó a pasar por una puerta tan estrecha que desgarra la desnudez; es una cosa que en nosotros es tan intensa y límpida como un peligroso gramo de radio, esa cosa es un grano de vida, que si es pisoteado se transforma en algo amenazador: en amor pisoteado; esa cosa que en Mineirinho se volvió puñal, es la misma que en mí hace que dé agua a otro hombre, no porque yo tenga agua, sino porque, también yo sé lo que es la sed, y yo también, que no me perdí, probé la perdición. La justicia previa, esa no me avergonzaría. Ya era tiempo de, con ironía o no, ser más divinos; si adivinamos lo que puede ser la bondad de Dios es porque adivinamos la bondad en nosotros, la que ve al hombre antes de ver a un enfermo del crimen. Continúo, no obstante, esperando que Dios sea el padre, cuando sé que un hombre puede ser el padre de otro hombre. Y continúo viviendo en la casa débil. Esa casa, cuya puerta protectora cierro tan bien, esa casa no resistirá al primer ventarrón que hará volar por los aires una puerta cerrada. Pero la casa está en pie, y Mineirinho vivió la rabia por mí, mientras yo tuve calma. Fue fusilado en su fuerza desorientada, mientras un dios fabricado a último momento bendice a los apurones mi maldad organizada y mi justicia estupidizada; lo que sostiene a las paredes de mi casa es la certidumbre de que siempre me justificaré, mis amigos no me justificarán, pero mis enemigos que son mis cómplices, esos sí me saludarán; lo que me sostiene es saber que siempre fabricaré un dios a semejanza del que necesito para dormir tranquila, y que otros furtivamente fingirán que estamos todos acertados y que nada hay que hacer. Todo eso, sí, porque somos los tontos esenciales, baluartes de alguna cosa. Y sobre todo, procurar no entender. 

Porque quien entiende desorganiza. Existe algo en nosotros que lo desorganizaría todo: una cosa que entiende. Esa cosa que permanece muda ante el hombre sin la gorra y sin los zapatos, y para tenerlos él robó y mató; y permanece muda delante del San Jorge de oro y diamantes. Esa cosa muy seria en mí se pone todavía más seria ante el hombre ametrallado. ¿Esa cosa es el asesino en mí? No, es la desesperación en nosotros. Como locos, nosotros lo conocemos, a ese hombre muerto donde el gramo de radio se había incendiado. Pero solamente como locos, y no como tontos, lo conocemos. Es como loco que entro por la vida que tantas veces no tiene puerta, y como loco comprendo lo que es peligroso comprender, y solo como loco es que siento el amor profundo, aquel que se confirma cuando veo que el radio se irradiará de cualquier manera, si no es por la confianza, por la esperanza y por el amor, entonces será miserablemente por el enfermo coraje de destrucción. Si no fuera loco, yo sería ochocientos policías con ochocientas ametralladoras, y esta sería mi honorabilidad.

Hasta que viera una justicia un poco más loca. Una que tuviera en cuenta que todos tenemos que hablar por un hombre que se desesperó porque en él ya fracasó el habla humana, ya es tan mudo que solo el grito bruto desarticulado sirve de señal. Una justicia previa que se acordara de que nuestra gran lucha es la del miedo, y que un hombre que mata mucho es porque tiene mucho miedo. Sobre todo, una justicia que se mirase a sí misma, y que viera que todos nosotros, barro vivo, somos oscuros, y por eso ni siquiera la maldad de un hombre puede ser entregada a la maldad de otro hombre; para que este no pueda cometer libre y aprobadamente un crimen de fusilamiento. Una justicia que no se olvide de que todos nosotros somos peligrosos, y que en la hora en que el justiciero mata, ya no está más protegiéndonos ni queriendo eliminar a un criminal, está cometiendo su crimen particular, uno largamente guardado. En la hora de matar a un criminal, en ese instante está siendo muerto un inocente. No, no es que yo quiera lo sublime, ni las cosas que se fueron convirtiendo en las palabras que me hacen dormir tranquila, mezcla de perdón, de vaga caridad, nosotros que nos refugiamos en lo abstracto. 

Lo que quiero es mucho más áspero y más difícil: quiero lo terreno.

Fanzine #3 – Apenas he podido liberarme de su tejido

Apenas he podido liberarme de su tejido es el tercer fanzine publicado por TRAZA Editora. A diferencia de Imágenes de la revuelta y Transformar la vida, que fueron impresos y repartidos en distintos lugares de Santiago, en Valdivia y Buenos Aires, entre diciembre de 2019 y febrero de 2020, esta nueva publicación fue concebida para ser distribuida exclusivamente por las redes virtuales.

Sin embargo, la continuidad de las reflexiones y acciones que partieron con las luchas colectivas que vivimos en Chile abren, hoy, en contexto de pandemia, un camino a diálogos por la acción, de reescritura de lo común y las formas múltiples de estar presentes en el mundo. Apenas he podido liberarme de su tejido nació en estas condiciones que nos obligan nuevamente a pensar cómo trabajamos en grupo, cómo nos vinculamos, desistiendo del papel sin abandonarlo.

Teniendo como base el collage, este fanzine da cuenta de un proceso de experimentación principalmente manual, con fotografías impresas, texturas de fotocopias, recortes, estampas con tinta y diversas intervenciones con diluyente. La aguja y el hilo atraviesan las capas de papel en un ejercicio que acoge la contradicción mientras traza, une o repara pequeños fragmentos de recuerdos rasgados, documentos y testimonios fotográficos vueltos a rasgar: lo visto y lo vivido a la vez que lo vivido por mediación de las imágenes.

Producto del diálogo, la reflexión y experimentación colectivas, el resultado final fue montado por Sabina Ahumada, mediante un proceso gráfico cuyo interés estaba en evidenciar la manualidad del gesto en la intervención de las imágenes, como una exploración del lenguaje digital que pudiera hacer visibles tanto la profundidad orgánica del papel como las nuevas capas y dimensiones de las imágenes digitales.

DESCARGA:
Fanzine #3 – Apenas he podido liberarme de su tejido.
Santiago de Chile: Traza Editora, julio de 2020 (PDF, 8 MB)


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Por esta razón, en Traza Editora hemos decidido acercar nuestros libros a quienes quieran leerlos y apreciarlos, por intermedio de dos paquetes:

Pack I: plaquetas Vida de Souza de Nina Avellaneda y Lago Esquirla de Mariela Malhue.
Precio: 7.000, incluido envío dentro de Chile.

Pack II: plaquetas Vida de Souza de Nina Avellaneda, Lago Esquirla de Mariela Malhue y libros Mira lo que has visto de Eduardo Espina y Bulto de Víctor Quezada.
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Vida de Souza de Nina Avellaneda
Lago Esquirla de Mariela Malhue
Mira lo que has visto de Eduardo Espina
Bulto de Víctor Quezada

Es mito, pero suena bien. Mira lo que has visto de Eduardo Espina


Preguntas a Eduardo Espina. Lanzamiento de Mira lo que has visto, realizado el 27 de junio de 2019


Un poeta mira los lenguajes, las lenguas, pasados y escribe. Nunca, como en ese momento, se anula la oposición aparente entre lectura y escritura. Los lenguajes y sus tiempos conviven y este ejercicio de contemporaneidad, que es también el ejercicio crítico de inscripción en una tradición de lecturas y escrituras, es una de las fuerzas que atraviesan Mira lo que has visto de Eduardo Espina (Montevideo, Uruguay, en 1954).
Mira lo que has visto es un libro publicado por TRAZA Editora que recorre la obra poética de Espina a partir de la idea de una “óptica del lenguaje”. Encabezado por el poema inédito “Es una ciudad, haz lo que quieras”, este volumen presenta un tránsito reflexivo: que espejea sus procedimientos, el dinamismo de sus poéticas reflejadas unas en otras, avanzando sin esfuerzo por un proyecto estético que partió en 1982 con la publicación de Valores Personales, un libro del que, según nos cuenta, “no salió una sola reseña”, pero cuyo silencio crítico se contrapesó con la recepción entusiasta de lxs lectorxs de un movimiento que, posteriormente, se identificaría como neobarroco.

Sobre esta categoría, en el evento de lanzamiento de Mira lo que has visto, realizado el 27 de junio de 2019, Espina estableció, por un lado, el uso extensivo del término que ha servido para caracterizar todo aquello que se cataloga como de difícil recepción, presenta “una versión fragmentada y expansiva de la realidad” o, en sus usos más descontextualizados, todo aquello que se quiere valorar como exquisito o fuera de lo común para, por otro lado, situar históricamente el término hacia la década de 1990, como una estrategia de lectura de las tradiciones literarias latinoamericanas que les permitió a escritores como Néstor Perlongher, José Kozer o Roberto Echavarren, preguntarse: “¿Bueno, qué estamos haciendo?, ¿qué es lo que estamos haciendo?”.
En la poesía de Espina conviven tiempos, lecturas y escrituras diversas, estéticas y temas que pueden no resultar afines a primera vista, melodías y ruido, cadencias desbaratadas y desarrollos sonoros que se expanden y contraen buscando, en un mismo movimiento, la precisión y desborde del verso. Estrategias que “en el fondo lo que hacen es vincular ámbitos dispersos y poco conectados”, como dijera Juan Manuel Silva en la presentación de Mira lo que has visto, estrategias que establecen puentes de conexión de áreas oscurecidas.

Autor de otros libros de poesía como La caza nupcial (1993), El oro y la liviandad del brillo (1994), Lee un poco más despacio (1999), Mínimo de mundo visible (2003) o El cutis patrio (2004), además de ensayos como Las ruinas de lo imaginario (1996) y Julio Herrera y Reissig: prohibida la entrada a los uruguayos (2010), Eduardo Espina tiene más de una decena de libros de poesía inéditos (“de 400 páginas cada uno, porque no creo en la realidad”) que hablan de un desfase entre escritura y publicación como parte de las estrategias de un proyecto literario, poético y crítico, que ahonda en la lectura historiográfica de la literatura y de la propia escritura en busca de esos “modelos de uno mismo”, que “uno no los conoce y solamente en la escritura surgen”.



Escucha la lectura del poema: “El cine lo hizo casi todo por sí solo”, que cerró el evento de lanzamiento de Mira lo que has visto.

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Un vestido de luz: vestir un espejo / ocultar el cuerpo. Bulto de Víctor Quezada

Experimentar el tiempo de la pandemia también como un tiempo que se vacía, donde aparece el silencio. Y donde quizás, de ese modo, pueda aparecer la escritura, abandonando el control. La escritura como un comentario, como un trozo de algo, como una anotación. La escritura fuera de los formatos. Víctor Quezada reflexiona en la presente entrevista, sobre este momento, sobre su libro bulto y los desvíos que aparecen en él, la pregunta por la amistad, aquello comerciable que hay en ese proceso, el cuerpo vestido, la dignidad. Sobre la confección de un diario como aquello que aborrece la idea de libro o el escritor.


La situación de pandemia ha planteado un desafío respecto de lo que entendíamos como nuestros deberes, derechos y libertades, pero también ha dejado en evidencia las condiciones materiales en las que vivíamos y vivimos, en términos de la infraestructura de salud, por poner algún ejemplo, o en relación con las ideas de la educación a distancia y el teletrabajo que en algunos contextos es impracticable. La escritura parece no participar de este orden de cosas; cuando se la menciona es a propósito de las ventas editoriales, por un lado, o por intermedio de la figura de lxs lectorxs, a quienes la lectura les otorgaría una cierta calma, un cierto refugio o “algo” que hacer. En esta escena, orientada al consumo, ¿qué representa para ti, hoy, la práctica de la escritura?

Pero la escritura quizás también pueda representar una forma de afrontar o resistir el tiempo del confinamiento, el tiempo de la pandemia. Pero me gustaría también pensar en, más bien, en cuál sería ese tiempo, qué está significando este tiempo ahora para nosotros.
Bueno, para mí, y quizás para todos, es un tiempo de un trabajo mental intenso, de pensamiento recursivo a veces, un tiempo que no es muy deseable, digamos. Aunque otras veces puede llegar a ser el tiempo de una especie de vacío, y creo que allí es donde mejor se vive. Donde ese pensamiento recursivo que tenemos casi siempre, cuando padecemos angustia o estrés o lo que sea, aparece como ausente de sentido.
Ese tiempo es el tiempo donde no pasa nada. Y cuando no pasa nada tenemos la oportunidad también de mirar en silencio. Pienso que un tipo de escritura aparece a veces allí, pero, claro, esto no es una regla, porque puede también no surgir la escritura, pero a veces aparece cuando se abandona el control, el deseo de escribir, digamos. En mi experiencia estos pedazos de escritura son parecidos a las virutas de madera o son como láminas de una consistencia más o menos vegetal, que crecen en la imaginación, en la forma de una espiral, algo así. Es una escritura que se parece a la cita, a la nota, a la acotación.
Puede ser que la escritura y la lectura sean ese algo que hacer cuando no se hace nada. Yo siempre he pensado en esa idea, es una aspiración, respecto de la escritura. El deseo de escribir entre un libro y otro, cuando dejamos de escribir.

Insistiendo en las prácticas, ¿cómo fue el proceso de creación de bulto?, ¿cuáles fueron las ideas que te interesaba poner en circulación?, ¿qué estrategias o procedimientos estéticos fueron los que te permitieron hacerlo?

Me interesaba, en ese tiempo, más o menos 2014, 15, 16, pensar la pasividad emocional, o la pasividad vital. La idea de entregarse a la experiencia de la deriva o la idea, también, de crear un personaje con un objetivo que es más o menos claro en el caso de bulto: llegar a la terminal de omnibuses para volver a su ciudad natal. Un personaje que, a partir de ese trayecto, se sometiera a un desvío más o menos constante, por el que se confronta a sí mismo en diferentes situaciones hipotéticas. Y digo hipotéticas pues bulto no es la historia de alguien que en el viaje que emprende se encuentra con su memoria familiar o su memoria nacional, como se podría leer en el libro, supongo. Creo que el personaje no recuerda propiamente, sino que más bien realiza un proceso imaginativo de encuentro con su familia, en el que proyecta sus deseos y empatiza con la figura de una madre imaginada a la medida de su propio cuerpo: el cuerpo emasculado del protagonista.
Creo que también mientras imagina, el protagonista se desvía y vuelve a los lugares que cotidianamente frecuenta, como la orilla del río, las calles aledañas al puerto, el puerto mismo y también a ciertas fiestas donde tiene encuentros más o menos furtivos o más o menos declarados con hombres indeseables, digamos. Pero, sin embargo, son hombres con los que se identifica o llega a identificarse quizás a partir del odio a sí mismo. Estos personajes representan para mí la arrogancia o, en otras palabras, la amistad comprendida como negocio. Sin embargo, el personaje de bulto aquí se siente más o menos recibido. Es en el espacio que podríamos llamar más propiamente público donde el personaje se siente rechazado, o se siente como una piedra en el camino, que es una de las metáforas que se utiliza.
También me interesaba, en el momento en que escribí bulto, cierta idea más o menos confusa de la redención individual, a partir del deseo de una amistad distinta de esa amistad del negocio, que, desde el epígrafe, que viene de Frankenstein, se figura como una amistad imposible. Porque todos sabemos que la amistad en Frankenstein conduce a la condena, al rechazo, a la persecución o, en otros términos, al devenir monstruo. Creo que el personaje de bulto conoce esto y de ahí viene su miedo, y de ahí viene su pasividad.

Es posible que en bulto curse más de una historia entrelíneas, en particular, quisiéramos preguntarte por aquella que ocurre bajo la ropa, por esa trama que en tanto apertura va exponiendo lo íntimo como público y que, a la vez, hace de la ropa no solo un lugar, sino también un tiempo: ¿qué retorna desde ahí y hacia dónde te lleva hoy esa escritura, que tal vez podríamos llamar escritura del desnudo?

La ropa es importante en bulto, es una manera de navegar el mundo, pienso. En términos más específicos la ropa tiene que ver con la idea del ethos, que viene de la Retórica. Del ethos como presentación de sí, por la que el orador convence, persuade o seduce a su auditorio. No solo, por ejemplo, por la calidad de los argumentos de ese orador, tampoco por su vinculación patética con una audiencia, sino también el orador convence por sus gestos, por la imagen que proyecta. En ese sentido creo que la ropa en bulto, como signo de un llegar a ser a los ojos de los otros, es más parecida a un espejo, en el que los otros se miran.
Me interesaba la idea, respecto de la ropa, me interesaba la idea de vestir un espejo. Así también en su variación, la idea de vestirse frente al espejo. En otro sentido, la ropa también funciona en bulto como una estrategia de ocultamiento del cuerpo; tanto del cuerpo arrogante que quiere la inmortalidad, por ejemplo, en la continuidad de la vida o en la sobrevivencia, como del cuerpo herido, que desea una muerte justa o, como se repite más de una vez en el libro, una vida digna.
Respecto de la idea de la dignidad no fue sino releyendo hoy bulto, que me di cuenta de esta idea planteada de manera más o menos automática cuando escribí el libro, la idea de la dignidad perdida o concebida como falta, como desaparición.
En bulto hay un grupo social específico, que es el de los obreros portuarios, que ya no existe en la realidad del personaje, así como tampoco existen sus demandas por justicia, ni sus manifestaciones públicas y políticas, sus marchas. En bulto, el personaje, sin embargo, las ve, las añora cuando se enfrenta a las avenidas que son como grandes ríos de gente desorganizada.
Este otro sentido de la ropa como recuperación o simulacro de la dignidad perdida, recién la vengo a entender hoy, cuando la protesta en Chile, por ejemplo, ha recuperado y resignificado esa palabra: dignidad. En este sentido creo que la desnudez en bulto no aparece, sino que lo que aparece es un cuerpo provisorio, cubierto por las imágenes de la ejemplaridad o la imagen de la dignidad ausente.

¿Cómo piensas que bulto se inscribe en tu trabajo o actividad previa como escritor?, ¿cómo concibes este trabajo amplio que algunxs llaman obra?

Bulto es el único relato que he publicado y también el único que he terminado o, por ponerlo en otras palabras, es el único relato que no he abandonado. Mayormente he publicado libros de poesía y también he escrito crítica, pero, quizás no vale la pena hablar de eso. Sin embargo, la novela siempre me ha rondado, es como un fantasma. Escribir una novela o, más bien, llegar a escribir una novela, que es como decir: encontrar el espacio y el tiempo o la experiencia de escribir una novela, una novela que pueda hacer pasar por mi vida.
Alguna vez intenté escribir una novela, pero siempre he terminado por abandonar esos proyectos de largo aliento, por decirlo así. Pero escribo, sin embargo, un diario, que publico en internet regularmente desde el año 2016, luego de publicar bulto. Ya no sé cuáles fueron las razones detrás de esa decisión, pero es algo que he continuado haciendo, y es una escritura que no tiene un horizonte inmediato, que no piensa ser un libro y es una escritura que no pienso…, cuya finalización sea ese objeto que denominamos libro.
En algún sentido, el diario aborrece la idea del libro, así como también aborrece le idea del escritor. Ese diario que se llama Diario abierto es como un reservorio más bien. Me gustaría pensarlo así, más bien como un reservorio o un pozo, del que puedo recoger cosas o formas, pero nunca un laboratorio de experimentación, por ejemplo. Sino que es un lugar, un reservorio en el que recojo cosas que luego se transforman en otros textos. Aunque a veces, también, ciertas ideas de libro o ciertas escrituras que pienso como libro se desarman y se transforman en notas o en otras formas breves que van a dar o a caer en el diario. Y allí se juntan con otros fragmentos, con otras notas, etc. El diario es la materialización un poco de ese tiempo del vacío del que hablaba antes. Ese tiempo donde no pasa nada y podemos mirar y escuchar.
La pregunta era cómo se vinculaba bulto con mi otra escritura y la respuesta quizás más sincera es que no lo sé; si no a partir de ciertas ideas del montaje, ciertas ideas de la cita, la nota, y de la transformación imaginativa de estas notas que, en la escritura del bulto, por ejemplo, tenía que ver con recoger o recopilar un conjunto de citas y tratar de imaginar los enlaces entre ellas y, en ese sentido, también, pensar en una escritura de la difuminación.

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El oficio del escritor no está tan lejano de la vida sencilla. Lago Esquirla de Mariela Malhue

El surgimiento y la reverberancia del concepto de crisis utilizado en los últimos meses deja una pregunta volando: ¿cuándo comienza este estado de crisis? Para Mariela Malhue (Santiago de Chile, 1984), no ha comenzado una nueva crisis sino, tal vez, la vida en comunidad actual represente, en algún grado, una situación de tragedia. En este caso, la pandemia sería “otro traje de este origen de crisis”.
En este escenario, el oficio del escritor no se presenta como un “estatuto alejado o sacralizado del mundo”. El escritor se sitúa como un agente involucrado en los procesos que vive la sociedad.

Lago Esquirla, plaqueta publicada por Traza Editora a comienzos de este año, dice relación con “duelar una vida errante, nómade, anónima”, según las palabras de Mariela. Tiene que ver con el regreso a Chile luego de diez años de habitar otros países, otras culturas y otras lenguas, modismos.
En este sentido, se instaura como un escrito autobiográfico de redescubrimiento de Santiago, con ánimo de observar y de guardar silencio, y, al mismo tiempo, con una seguridad que dice nunca haber tenido. Una suerte de “cautela libre”.

Lago Esquirla retrata un conjunto de poemas de fabricación cuidada e inteligentemente contemplativa. Hace del cuerpo -extremidades, torso, mirada, voz- un medio para retratar la escena de un exterior cotidiano y lleno de significación. Una contención del actuar que en su suspenso bulle o florece. Un testimonio cuyos rieles y obstáculos son, a un tiempo, las palabras.
Aquello que se dice al hablar equivale a la cantidad que se guarda
Todo lo que existe tiene una voz

La obra surge, según su autora, desde “una estancia doméstica, sin más pretensiones”. Hay algo que se abandona de sus trabajos anteriores. Predomina aquí una estética de la confección, un trabajar con el cuerpo y el diálogo.

Dada la situación actual son muchos los referentes que reaparecen, toman relevancia o simplemente llegan justo a tiempo. Mariela nombra a Natalia Rojas Cortés con su obra Cardador, Guadalupe Santa Cruz, Marcela Labraña y Ensayo sobre el silencio. Asimismo, la película francesa Sin techo ni ley, la obra de Bettina Perut. La música de Juan Pablo Ávalos.

Lago Esquirla presenta esta observación desde un sujeto en suspensión, si se quiere. O en palabras de la poeta la relación entre la voz y el objeto nombrado ocurre sin mediación, evitando transitar por el lenguaje. Propiciar una instancia contemplativa pues en este intento “la vida se disfruta”. Donde una acción no lleva necesariamente a una posterior. Cuando se desprende uno de la idea de trascender, todo se vuelve más liviano.



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Un libro es el entrelazamiento de ideas y sujetxs, palabras e intensidades. Su lectura es otro lazo del proceso colectivo en el que escritorxs, editorxs, ilustradorxs e impresorxs dedican su tiempo al trabajo alegre de concebirlos.

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Escribir es siempre una posibilidad generosa. Vida de Souza de Nina Avellaneda

Hoy, hacer algo, sin mayor propósito, sin expectativas, con “la misma concentración de la escritura”, parece ser un modo de reconvertir las actividades cotidianas en prácticas significativas, llenas de un sentido propio.
Nina Avellaneda (Valparaíso, 1989) nos cuenta desde su casa sobre esta experiencia radical de “convivir con uno mismo” en que se ha convertido la cuarentena para algunxs de nosotrxs, mientras la siembra y la cocina se llevan a cabo con una nueva perspectiva y se transforman, así como la lectura de El libro tibetano de la vida y de la muerte o las canciones de Luis Alberto Spinetta, en medidas del tiempo y la atención por lo mínimo.

“Escribir es siempre una posibilidad generosa” nos responde frente a la pregunta por la escritura. Autora de la plaqueta Vida de Souza, que fue publicada por TRAZA Editora en enero de 2020, la narrativa de Nina Avellaneda puede caracterizarse por su ligereza. Una ligereza que tiene un sentido doble: dueña de un ritmo ágil y, de la mano de ese ritmo, de una levedad que no insiste en el dramatismo de las cosas.
Esta característica marca una de las estrategias de Vida de Souza para dar cuenta de cierto fondo de desconexión social desde el que emergen preguntas por la soledad y por el silencio. Preguntas, según nos cuenta, que están presentes “como vestigios de la dificultad de los vínculos”, que representan signos que capturan su atención en la medida en que pueden constituirse como elementos que sirven al relato para “descifrar mejor las experiencias” de sus personajes: Souza y su doble, Luiza y la narradora.

Vida de Souza es, en términos generales, el relato de un obrero de la construcción que se encuentra consigo mismo, literalmente, de manera concreta. Y, en este movimiento de encuentro y desencuentro, también con su pasado, su amiga Luiza, una actriz desocupada que vive en la memoria de Souza, y la posibilidad supuesta de una vida en común. Es también, un libro sobre “el encuentro con los otros” y “la delicadeza” con que se vive esa experiencia alegre.

En relación con sus libros anteriores, los volúmenes de cuentos y narraciones breves Heroína (2010) y La Extravía (2015), Vida de Souza es el primero de sus relatos protagonizado por un personaje masculino, nacido dos veces, al mismo tiempo, en Recife y en Valparaíso, que conoce toda la música brasilera de la década de 1970 y se mudó desde Recife a Río de Janeiro, desde Valparaíso a Santiago, donde aprendió “el trabajo de la construcción desde la albañilería a la electricidad”, pero terminó alfombrando los pisos de los departamentos de la Constructora Almagro.
A pesar de esta variación, los libros de Nina Avellaneda se construyen por intermedio de relatos discontinuos que simulan “un poco la manera en que uno recuerda o conversa”, con movimientos de desvío en los que los personajes se extravían: “Lo que prefiero es el descubrimiento. Cada vez que empiezo un cuento, un texto o libro, pienso que no tiene nada que ver con lo anterior, que no sé a dónde me va a llevar y ese desconocimiento es lo que permite justamente escribir”.

Extraviarse, desencontrarse, son experiencias que en la narrativa de Nina Avellaneda siempre conducen a su reverso: el encuentro o el hallazgo de la intensidad de lxs otrxs. De manera parecida a la que en estos días escucha a Spinetta: “Un músico que siempre me alivia y que no conozco completamente, casi por estrategia, para que siempre ocurra ese hallazgo de una canción que no conocía”.



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Fragmento de Mira lo que has visto de Eduardo Espina

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