Entrevista a Mariela Malhue, mayo de 2020 [transcripción]

La situación de pandemia ha planteado un desafío respecto de lo que entendíamos como nuestros deberes, derechos y libertades, pero también ha dejado en evidencia las condiciones materiales en las que vivíamos y vivimos, en términos de la infraestructura de salud, por poner algún ejemplo, o en relación con las ideas de la educación a distancia y el teletrabajo que en algunos contextos es impracticable. La escritura parece no participar de este orden de cosas; cuando se la menciona es a propósito de las ventas editoriales, por un lado, o por intermedio de la figura de lxs lectorxs, a quienes la lectura les otorgaría una cierta calma, un cierto refugio o “algo” que hacer. En esta escena, orientada al consumo, ¿qué representa para ti, hoy, la práctica de la escritura?

Sobre la idea de considerar ciertas tareas de la escritura, ante esta aparente crisis… Primero, pienso que no ha comenzado una nueva crisis, me tienta más pensar que la vida en comunidad implica inevitablemente una situación de tragedia, por decirlo de alguna manera. Quizás en algunos lugares, en algunas comunidades, territorios, regiones se va a acentuar mucho más. El caso de Latinoamérica y Chile en particular es evidente que la pandemia es otro traje de esta crisis de origen. Como un nacer maldito. Y frente a eso no pienso que la escritura pueda pensarse como un estatuto alejado del mundo y menos aún, sacralizado. Creo que este lugar de la lectura que ocurre, como si fuera una especie de refugio, tiene que ver con asignarle ciertas imágenes auráticas a algo que es más bien problemático, que es que la cultura tenga un acceso elitista, por decirlo de alguna manera y a la rápida.
Me parece que como una actividad intelectual permite encontrar vetas de pensamiento, de acción. Pero creo que ni la lectura ni la escritura tienen que estar alejadas del mundo. No se trata de una actividad que deba ser segregada o que ocupe un lugar particular e inmaculado. La escritura, y la lectura, es un trabajo y tiene que mantenerse siempre atentamente con el mundo. Organizarse como una forma de representación y como una forma de vida. No como subsidiaria de la vida porque tampoco es una religión, pero sí como un modo, un modo de habitar los días, un modo de habitar con gente, también de alejarse de la gente. No comporta en sí misma alguna especie de indicación de estar en el mundo, me parece, que sea demasiado distinta de otras actividades. Participa de igual modo. Un escritor, quizás es arriesgado, pero es una forma de ser obrero de un trabajo que, si bien tenga que ver más con el intelecto, no se va a aislar de procesos sociales, finalmente. Pienso en la escritura como pienso en la lectura, como pienso en la edición y en la fabricación de libros. Me parece que están muy emparentadas. Cada quien va a ejercer de distinta manera. No creo que exista un consejo para hacerlo. Personalmente, no creo que [deba ser] tan aprovechadora de cierta situación como la que se plantea de la pandemia, o que venía pasando también con la guerra social, con la revuelta, así como hacer trabajos tan efectistas, pero tampoco tan ermitaños. Tampoco anulando situaciones que nos envuelven y nos atraviesan.

Insistiendo en las prácticas, ¿cómo fue el proceso de creación de Lago Esquirla?, ¿cuáles fueron las ideas que te interesaba poner en circulación?, ¿qué estrategias o procedimientos estéticos fueron los que te permitieron hacerlo?

El proceso de creación de Lago Esquirla tiene que ver con algo biográfico, que quizás no es algo tan divertido. Quiero decir, no sé si las biografías son tan divertidas, o sí. Tiene que ver con volver a vivir en un lugar en que no viví en mucho tiempo, que es Santiago. Hace 10 años que no vivía acá. Entonces, se empezó a armar, quizás, antes de venir o del material que allí empecé a juntar. Material como conversaciones, nuevos libros o consumo de cultura u observaciones nuevas con otras miradas.
Quizás quería escribir de eso, de habitar o atravesar procesos que no pueden ocurrir si no es atravesándolos. Tuvo que ver mucho con duelar una vida más errante, más nómade, anónima, con otro léxico, otras lenguas, modismos, referencias, semblantes, caras, cuerpos. Y eso sería una finalización también. No es cualquier cosa cambiarse de casa, de ciudad, de país. Algo bastante movilizador y creo que para sobrevivir a eso y no enloquecer en el intento, me fui quedando un poco con lo esencial. Desde lo material, lo más básico: botar cachureos, porque no me podía traer todo, hasta olvidarme de tener que tener que despedirme de toda la gente, de todas las formas que quizás hubiese querido despedirme. Y la escritura de Lago Esquirla, que en verdad pertenece a un poemario mayor, que se llama El libro de las renuncias, tiene que ver también con la llegada a Chile, que no tiene que ver con el país que visitaba los veranos o algunos inviernos. Era un país mucho más hostil de lo que yo recordaba, un país donde la gente hablaba menos de lo que yo recordaba, compartía menos, era más egoísta y aburrida. Entonces, también tenía que redescubrir este lugar en que me había propuesto volver a vivir. Y ante eso, encontré una forma en el silencio, en la observación. La gente es muy recelosa para escuchar en Chile, me parece, en Santiago. Es súper general lo que estoy diciendo, seguramente estoy equivocada, pero es con las experiencias que yo me topé. Entonces, tenía que pisar con cautela. Pero al mismo tiempo me sentía bastante libre porque había decidido esa cautela. Las cosas que yo ya había conseguido en mi otra vida -que bueno… era parte de esta vida- vivir en Francia y en Argentina después, más tiempo, ya estaban conmigo, ya formaban parte de mí. Hay una seguridad que nunca tuve antes.
Eso otorga una libertad que es hermosa cuando ya te acompaña. Nunca lo había sentido. Eso es como una cautela muy libre. De eso fue de lo que se trató el proceso de creación de Lago Esquirla.

¿Cómo piensas que Lago Esquirla se inscribe en tu trabajo o actividad previa como escritora?, ¿cómo concibes este trabajo amplio que algunxs llaman obra?

Insisto con lo que dije en la pregunta número uno. No creo que esta obra que es la escritura sea tan distinta de las obras que las personas ejercen en otros trabajos. Entonces, no pienso a su vez que esté tan lejano de la vida, de la vida cotidiana, de la vida sencilla. Sin tanto escenario, sin tanto brillo, sin tanta solemnidad. Creo que eso quizás venía del primer libro que escribí, Estancia y Doméstica, y después de unas plaquettes que salieron, había más pretensiones. Y aquí hay algo que se deja caer. En ausencia, quizás, de tanta vanidad, y haciendo aparecer otros ejercicios de grupalidad, de borramiento de cierta identidad. Una estética que se trata de una confección, de una manufactura. Para mí de eso la creación de una obra, de trabajar con las manos, las piernas, el cuerpo, el tronco, con el diálogo, con otras personas. Es como un pasaje al acto de la vida.

Volviendo un poco a la pregunta de un comienzo, en estos momentos, ¿qué lecturas o experiencias estéticas han vuelto a tomar relevancia para ti?, ¿qué libro (película, disco musical, etc.) ha recobrado sentido o encontrado alguno nuevo?

Algunas han vuelto y otras han sido novedosas totalmente. Cosas que me han volado mucho la cabeza y que me permitieron escribir. Cardador de Natalia Rojas Cortés, una especie de alegoría del trabajo con la lana, que no es solo la lana. Arnaldo Calveyra, retomar, siempre vuelve pero me parece que más significativamente. Cosas de la Guadalupe Santa Cruz. Ensayo sobre el silencio de Marcela Labraña.
Cine igual. El cine me sirvió harto. Sin techo ni ley de Agnés Varda: me sirvió para escribir y también para estar acá. Una película de una vagabunda muy valiente, que pasa mucho frío y mantiene una entereza impresionante. También hay unos documentalistas chilenos que siento que abrieron unas puertas que no sabía que podía haber algo después: Bettina Perut e Iván Osnovikoff.
Y también hartas cosas fueron conversaciones, conversaciones con amigas argentinas: Fernanda Díaz, Sofía Milanesi, Juliana Carrasco. Desde sus áreas, la danza, la filosofía, la psicología. Con amigas de acá también, con Cristina Bravo, Natalia Rojas. Y otras prácticas: estar en el campo con los animales. Lecturas de Paula Fleisner, Emanuele Coccia, unos filósofos muy bonitos. ¿Qué más? Música: un disco de Juan Pablo Ábalos, de quien soy muy fan. Isla de los estados, una banda argentina muy bacán, como que se hace presente.

En Lago Esquirla, la voz del poema se construye sin un centro fijo que la ancle a ninguna referencia más que las imágenes que evoca, las cuáles aparecen como recuerdos propios y ajenos, como objetos donde la mirada permanece solo por breves momentos, ¿cuál consideras que es la relación, en el poema, entre esta voz que enuncia y la materia donde se sostiene?

Me parece que es una relación que tiene que ver con tensar la mirada, una mirada que como que no se puede dejar de efectuar. Y esa mirada inevitable, que actúa sobre un objeto, con el objeto, ojalá pensarla sin mucha mediación. Ver, entender, asir las cosas directamente. Quizás pasar por ese eterno problema del lenguaje, pero desde una posición más atenta, silenciosa, meditativa si se quiere pensar así. Con menos presencia del yo. Siempre muy utópico, obviamente, como planteamiento. Pero en ese intento la vida es divertida, la escritura es divertida, se disfruta, al menos yo. Una relación que intenta salirse de esta dualidad, de un núcleo versus un margen. Los espacios, los territorios, esos agenciamientos no siempre van a deambular entre dos o entre tres. A veces puede ser más simultáneo o unificado. Así como las acciones que no siempre van a comportar otra acción posterior.
Me gustaría que esta relación que se anuncia en el poema tratara de mostrar o hacer pensar -al menos yo lo pensé así-, pasar por los objetos, como las experiencias, donde simplemente no hay nada y las cosas son lo que son. No obviando ni aminorando fragmentos híper dolorosos de la vida, sino una manera de articularse con la vida sin pretensiones tan irrisorias. Quizás con cierta elegancia. Elegancia en el sentido de que no hay modo de trascender, entonces todo es más liviano.
Insisto en que no se trata de desligarse de procesos que nos llaman colectivamente a estar y a enunciarse sobre problemáticas. Y me aparece la primera pregunta nuevamente: esta crisis. No pienso que haya que restarse, al contrario. Pero creo que esos modos, en cómo hemos estado manifestados sin parar, dan cuenta de ello. Quiero establecer una relación entre la voz que enuncia y la materia en que se sostiene de una forma más honesta. No se me ocurre otra palabra que no sea la honestidad. Intentar pensar en esa palabra sin moralina. Una relación más cercana entre la voz y aquello que nombra esa voz.

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Un libro es el entrelazamiento de ideas y sujetxs, palabras e intensidades. Su lectura es otro lazo del proceso colectivo en el que escritorxs, editorxs, ilustradorxs e impresorxs dedican su tiempo al trabajo alegre de concebirlos.

Presentación de Lago Esquirla de Mariela Malhue
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