«Nazca», la suspensión de la certeza

Por Miguel Hernández Zambrano

Al comenzar la lectura de Nazca (Traza Editora, 2021), de Carolina Pezoa, lo primero que se hace notar es la cautela frente al lenguaje («qué dice esa voz / no dice // la palabra / tarda»), que luego da paso a la insistencia de la mirada: «Al no poder decir qué era yo / recordé las cosas que había mirado», «Miré la mar hasta la nada y escribí», «Concentrar en los ojos lo que pasa» o «lo que aún no se ve / se verá de un solo golpe».

La sospecha respecto al lenguaje pasa por su tardanza, porque imagina partir o porque hay una voz que no dice, como leemos en distintos poemas. Y en la medida en que las palabras están bajo sospecha, la mirada parece ganar espacio en el texto; los poemas dan cuenta de algo que se ve.

Este recorrido que va del lenguaje a la mirada podría desembocar en una pura visualidad y llevar a la disolución del poema («El poema es el arte de decir lo que solamente se puede decir», dice Mario Montalbetti) si no fuera por otra característica que recorre el libro: la discontinuidad.

El poemario está compuesto por siete secciones y cada una parece interrumpir la siguiente en la forma de proponer el poema.

En «Nazca», la sección que da título al libro, lo contingente entra al poema. Es otro el tono que se lee: «Parece no basta oponer un no / estamos en guerra / no estamos», «Vivimos un ahora irremediable o «cuánto cuesta / oír — la primera línea».

La voz se despliega desde un lugar distinto, uno que parece clausurar el lenguaje desde la certeza. Sin embargo, la sección siguiente, «Tara», viene a restituir la incertidumbre del poema: «A qué venir así, del parto / frenesí //    es    que no hay eternidad / ——————hilo rojo, hilo negro», «Escribo. Escribo el viento entre la piedra y la sal / mi deseo  es  el sol». La cristalización de la consigna se quiebra en el poema cuando el lenguaje se niega y se contradice. Y esto es llevado aún más lejos en la sección que cierra el libro, «Arum, arum», donde las estrategias lingüísticas del contexto ingresan al poema, pero de manera exacerbada, removiendo de esa forma el vocabulario del que echa mano y manteniendo la lectura finalmente abierta.

En estas discontinuidades reside la potencia de este libro. Si entendemos el título como el modo subjuntivo del verbo nacer, tendremos entonces el deseo de que algo nuevo emerja, de que algo nazca, y como deseo que es, llega para interrumpir la frase fácil de la certeza y dejar el espacio para que el lenguaje despliegue toda su inestabilidad.

 

Miguel Hernández Zambrano  (Maracaibo, 1983). Licenciado en Letras por la Universidad del Zulia (2007) y M.F.A. in Creative Writing in Spanish por la New York University (2017). Ha publicado Antología del descapotable (Maracaibo, 2006), la plaquette de poesía Cotidiano (Buenos Aires, 2010), Un decir errado (mención especial del I Concurso Nacional de Poesía Delia Rengifo. Caracas, 2011) y ¡Oh, lorem ipsum!, poemario ganador del IV Concurso Nacional de Poesía (2013) de la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello. Es coeditor de la revista Espacio Fronterizo.

El lenguaje del barro. Sobre «Cieno» de Cristina Bravo Montecinos

Por Luz Astudillo

 

Cieno
comienza
hablando de “una imagen que te suspende”, luego esa imagen es el agua rodeando y
todas las imágenes se nos vienen encima para dar paso a una naturaleza que está
sujeta a un día a día, una abuela que reconoce el agua, que, incluso podría
saber manipularla. La escritora norteamericana, Terry Tempest Williams, en su
libro Cuando las mujeres fueron pájaros – 54 variaciones de la voz,
entrega a su abuela facultades especiales: “Una vez en el lago Bud vi el rostro
de mi abuela y sentí que había en ella un mensaje profundo. Ella miraba
fijamente el lago y supuse que pensaba en la tranquilizadora repetición de la
naturaleza”. Acá, esa mujer mayor es capaz de evocar toda la naturaleza, incluso
sin proponérselo:

 

tu
boca disfruta el señuelo

las
aves esperan la torpeza de tus manos

cuántas
veces has creído ser manca

cuántas
veces confundiste

tu
rastro con un panal

 

Ella es
capaz de llenar todo el paisaje, sin simular sabiduría alguna, porque no
lo necesita. Su presencia basta como un símbolo de origen y destrucción, el
agua es vida, pero en algún momento se funde con la tierra y ahí el lodo, cubrir
con tierra el dolor
podría suponer esa imagen que desarma a esta mujer que
podría ser la abuela, la madre, la hija, la hablante de este poema, Terry
Tempest Williams lo dice también: “Soy mi madre, pero no lo soy. Soy mi abuela,
pero no lo soy. Soy mi bisabuela, pero no lo soy”. Finalmente, una mujer es
todas las mujeres que un pedazo de tierra es capaz de unir. Una repetición, tal
como la naturaleza se repite a sí misma.

 

En Cieno la
escritura interpela todo el tiempo. Hay una otra que está oculta dentro de días
o meses perfectamente cotidianos versus lo que aqueja del recuerdo, pero que
insiste en aparecer para completar el paisaje, para ser el blanco de preguntas
que quizás no tengan respuestas, no tiene por qué haber respuestas si tenemos esa
presencia capaz de manipular la naturaleza desde una complicidad de quien no
necesita nombres para ejercer de algo. El poema pregunta, no espera respuesta, se
conversa a sí mismo. La naturaleza es parte de esta conversación, el agua que
rodea, que se mezcla con la tierra, el origen del barro que desde la Biblia
está ligado a la suciedad, al hundimiento, a un desastre que se avecina despacio
y en silencio; y también a una idea de renovación, de renacer, no olvidemos que
el primer hombre “creado” de la cultura maya fue hecho de barro, pero tampoco
olvidemos que el barro, tarde o temprano, se deshace y desde ahí, todo empieza
otra vez.

“La tierra te
devuelve al paisaje”, pero ese paisaje podría ser perfectamente un plato en
medio de una mesa, una mujer en el jardín sobornando a gatos ajenos, una
mujer en medio del agua antes que esta lo rodee todo. El paisaje podría ser esa
palabra justo antes de que se forme el barro.

 

Santiago,
11 de diciembre, 2021

 

 

Algunas ideas sobre «Cantera de áridos» de Álvaro García

Por Jonnathan Opazo

Para los que
vivimos en el Maule, las empresas de áridos se han transformado en pequeñas
depredadoras del paisaje. Horadan las orillas de los ríos hasta deformarlas y
aceleran los procesos de erosión natural. Que el resultado de su trabajo sea el
material con que nuestras ciudades crecen al pulso de las inmobiliarias solo
viene a constatar que son otro eslabón en la cadena del daño neoliberal.

A propósito de
esto hago mía una idea que leí en el prólogo de
Valparaíso y sus metáforas de Jorge Polanco: las escrituras
poéticas de la posdictadura encarnarían una suerte de heterotopía respecto a
los discursos triunfalistas en los que se sostiene el modelo.
Cantera de áridos no es una excepción.
Los quince poemas que componen esta publicación parecen trazar una forma de
experiencia donde una cierta cotidianeidad —un viaje en micro, el encuentro con
un ulmo, la conciencia del cuerpo donde «se endeudan los huesos en las alturas
del hombro»— es el resorte de la escritura.

A excepción de
uno —«Petición a un muro de trenzas mordidas»—, los poemas que García disemina
en este conjunto no están titulados. Intuimos entonces que funcionan como las
piedras de esta cantera de pequeñas epifanías. En general, nos encontramos con
versos breves que ilustran momentos donde lo no dicho parece vibrar a su
particular manera. Leeré un fragmento para ejemplificar:

Vienes de tan lejos
a morir sin esquivar mis manos.
 


Vienes


a darme trabajo


Y levantarme de la silla


cortar tu aleteo, que te detengas


Golpeo tu trayectoria, la radio


dispara un comercial

El cadáver de los extranjeros en mi comedor.
 
Una mosca, un
sanjuán o un zancudo irrumpe, extranjero en el poema que acá se nos aparece
como un espacio doméstico cerrado. Un pequeño cosmos, primigenio, para recordar
una expresión de Bachelard sobre el hogar. Podríamos además forzar un poco más la
lectura, a riesgo de pecar de exégeta de lo imposible u observador de señales
donde no las hay. Quizás, García está jugueteando con cierto registro de habla
que ha ganado fuerza en la discusión pública —el discurso antimigrantes con el
que hacen nata nuestros fascistas locales. El poema se lo permite. Si nos
detenemos en el primer y último verso parece más bien un apunte lateral sobre
la época: «Vienes de tan lejos / El cadáver de los extranjeros en mi comedor». Cadáveres
que irrumpen en el espacio doméstico y lo vuelven extraño. La mosca, el
sanjuán, el zancudo, la tijereta: aquello que el poema deja innominado y lo
vuelve todavía más inquietante.
 
Hay que recordar
la reflexión de Freud sobre el
unheimlich:
lo siniestro, geométricamente opuesto a lo hogareño-familiar. Incomoda su
presencia, pero también en calidad de muerto: el cadáver queda allí. El poema
no nos dice si es retirado. Solo enuncia la escena de un momento particular: el
corte del aleteo, la detención de eso otro que interrumpe.
 
Todo esto me
lleva además al recuerdo de una conversación con mi amigo Claudio Maldonado. Su
escena favorita de
El exorcista de
William Friedkin —espero mi memoria no me falle— es cuando, luego de luchar
contra el demonio que posee a la pequeña Regan, una breve tregua nos avisa que
tenemos un hiato para descansar del terror sobrenatural. En ese momento, en una
jugada que a mi amigo le parece magistral y a mí, ahora, también, Friedkin
realiza un primer plano a una mosca que reposa en el techo de la pieza. Para
los hebreos,
Baal Zebubes el Señor de
las Moscas. La asimilación occidental cristiana tiene a Belcebú —adaptación del
término hebreo— por demonio. Acierto cinematográfico de Friedkin: el diablo no
se ha ido del cuarto, solo ha asumido una de sus tantas formas.
 
Poema
—entonces—sobre límites y fronteras, sobre pequeños cosmos alterados por
presencias ajenas.
Cantera de áridos hace
de la extrañeza un modo de enunciar la experiencia y darle forma. Veamos otros
versos:
 
Me quedé adorando los cartones grandes

 

de refrigeradores y cocinas nuevas

 

Voy calle abajo
los relojes avanzan formados

 

hacia mis riñones
busco a cima
me sumo al contagio y al hambre.
Si el poema se
encuentra en un lugar anterior, prearracional, con respecto al matema —esto lo
estoy tomando prestado de Montalbetti—, García se sirve de esa suerte de
momento intuitivo del pensamiento para dar cuenta del mundo. Se queda mirando
los cartones en vez de los objetos que guardan, como el niño que deshecha el
juguete y se solaza en la geometría que lo envuelve para transformarlo en una
casa imaginaria. «Los relojes avanzan formados / hacia mis riñones», escribe y
pensamos en las heridas del tiempo en el cuerpo. No cualquier tiempo, por
supuesto, sino el tiempo planificado del trabajo asalariado, en la rutina de
las oficinas con sus sillas gamer de ciento cincuenta lucas —hay que invertir
para trabajar mejor— o en la faena del temporero que se expone a los pesticidas
de una plantación de arándanos.
Aunque los
poemas no lo digan, García parece describirnos un itinerario entre los
escombros de su tiempo e iluminar ciertas zonas erosionadas de la experiencia a
partir de la escritura. Las palabras son los áridos que acopia en esta cantera.

 

 

Santiago, 11 de
diciembre, 2021

 

 

 

 

 

Lanzamiento doble: «Cieno» y «Cantera de áridos»

El próximo sábado 11 de diciembre a las 19 horas se llevará a cabo el lanzamiento de dos nuevas plaquettes editadas por el equipo editorial de Traza: Cieno, de la poeta Cristina Bravo Montecinos, y Cantera de áridos, de Álvaro García Hernández.

Las coordenadas del evento son: Alameda 2133, Santiago Centro (Casa Palacio Elguin)

Inscripciones en: trazacolectivo@gmail.com (Aforo limitado)

 

A continuación les compartimos un poema de cada autor más la portada de su plaquette*:

[En el viaje las paradas…]

Cristina Bravo Montecinos

 

En el viaje las paradas escapan de sí mismas

abajo de la cuesta

entre Huichahue Bajo y Santa Elvira

abres el desván

te cuelas en Pino Huacho

es largo el camino por tierra

ha quedado abierto el tiraje

en el muelle azuza la palabra vientre

sobre el puente las reinetas se desangran

los camiones han inundado todas las rutas

cargando cadáveres ajenos

no esperes que lleguen a casa

con las manos limpias

el alquitrán de sus pisadas

queda por días suspendido en el tráfico

 

 

 

[Aquellas aspas desarmaban

Álvaro García Hernández

 

Aquellas aspas desarmaban

el escenario mordido por el viento

 

Su juego

un escape de vocales sin cabeza

 

Amenazado por una guerra de piedras

contra los protocolos

corrían los humos con sus pulmones vencidos

 

Rodaron en el suelo de una casa vacía

y dejaron sangre sobre la mesa

 

Tienes la forma de un ángel vidrioso

detenido junto a cuadros colgados al piso

 

Irregulares estrellas esconden

de los árboles tu nombre completo

 

El lado sur de los estacionamientos da señales

de pasos débiles directos al encierro

 

*Cianotipias y diseño de portada: Carmen Villar

 

Cristina Bravo Montecinos (Valdivia,1981) Poeta, profesora de lenguaje y magíster en literatura. Sus poemas figuran en antologías del sur de Chile y en la antología mexicana de poetas chilenas Tanto fervor tiene el cielo (Editorial Cohuiná, 2020). Ha publicado Vaivén, plaquette de la colección Llueve o la música está muy fuerte (Pillaje Ediciones, 2010). Su obra indaga territorios donde conviven la pregunta por el lenguaje y la interrelación entre naturaleza, corporalidades y  cultura.

Álvaro García Hernández (Coquimbo,1994) Poeta y candidato a Magíster en historia. En 2018 publicó el poemario Percusión al borde del torso por Armatia Ediciones, sello autónomo que dirige. Es guitarrista en Exhumar, banda hardcore punk antifascista.

 

 

Fisura en la máscara, apreciaciones sobre la novela «El fallo muscular», de Cristian Cristino

Por Carlos Leiton 

La primera
novela de Cristian Cristino,
El fallo
muscular
(Editorial Noctámbula, 2021) aborda un tema escasamente explorado
en la literatura chilena, que es la relación narcisista del cuerpo masculino y
la sexualidad fisurada en el marco de la competencia deportiva, específicamente
en la competencia del físicoculturismo.

Rodrigo es un
chico de provincia que llega a la capital con la motivación de convertirse en
fisicoculturista, y se hace compañero del narrador.  Desde este punto asistimos a la descripción
detallada de las cualidades del cuerpo de su amigo y de cómo logran una
intimidad en la ceremonia del entrenamiento constante. A esto se suma el rito
del hablante de ver películas bíblicas que, heredadas de su amigo Rodrigo, dan
cuenta del esplendor de los cuerpos a través de estrellas de la época
cincuentera-sesentera de la talla de Steve Reeves. En este marco, la amistad de
ambos chicos prospera asimilándose, en el plano de la imagen, a la de los
compañeros espartanos de batallas, quienes en dicho compañerismo viven la
carencia para su dieta alimenticia y de drogas, enfocada en la ganancia de
musculatura: 

“La noche previa
al torneo vimos nuestra película favorita y aunque en el fondo nunca me han
dejado de parecer falsas y ridículas, tuve que darme la vuelta y hacerme el
dormido para que no descubriera mi emoción”.

Temáticas que
rozan casi siempre la estética del deporte son las de la pornografía y la
prostitución, temas a los que Cristino alude con apertura:

“Rodrigo
disfruta del cuerpo que se forma con las palabras del viejo, se calienta con el
relato corporal de sí mismo; con los músculos propios creados en esa boca
ajena”.

Muestra así las
formas de la homosexualidad reprimida y castigada: el deporte encauzaría una
manera de gastar el cuerpo, cansarlo, con el objeto de sublimar el deseo de
otro por la del embellecimiento personal, narcisismo que acerca cuerpos y
emanaciones.

Cristino trabaja
la heterosexualidad fisurada. Un tema valorable, ya que se le ha exigido a las
narrativas queer, en muchas ocasiones, extremar su temática en pos de una
exteriorización acorde a su reconocimiento social en un contexto actual de
apertura y reivindicación. El riesgo está, sin embargo, en tratar un matiz
velado que no ha sido verbalizado, dejando de manifiesto la ligazón de ciertas
formas de poder y sometimiento a través de la amistad. En la novela se da
cuenta de mecanismos que dentro de lo patriarcal operan desde siempre, y no
apuntan a una emancipación como tal, sino a la mantención de una estructura de
relaciones que avanzan con dichas fisuras como base:

 “Algunos vienen con sus familias, otros con
sus pololas, pero las pololas se aburren rápido y se quedan mirando el celular
sin poner atención al torneo. No sirven ni para grabar tu rutina en la tarima”.

Desde esta
perspectiva, esto da pie a un cinismo implícito en la amistad y el compañerismo
como formas del deseo. Consignas deportivas como la “motivación” o la “meta”
abundan en este tipo de espacios que buscan abstraer la relación de los cuerpos
y su imagen, con un fin meramente aséptico sin dar pie a los exabruptos abiertos
del deseo:

“El ojo se
acostumbra y nos empezamos a reconocer de los demás gimnasios, comprendes que
nada es casual y no estás solo. Estamos todos habitando el palacio egipcio
porque somos reyes, príncipes, héroes de leyenda”.

La prosa de
Cristián Cristino se aboca a ese borde del personaje que en todo transcurso se
mantiene a punto del desbarranco y de quedar al descubierto. Una prosa bien
informada y documentada acerca de los espacios donde ocurre la acción. Esto
queda plasmado en la escena de una competencia en la discoteque  Luxor, como telón de fondo de una épica
carente de auspiciadores para esos cuerpos latinoamericanos expuestos a las
transacciones del poder barato y local. Cristino da cuenta de ello de manera
ágil y señala los mecanismos del apadrinamiento y la enajenación en las que se
perciben segundas intenciones:

“La luz es baja
y el reggaetón es fuerte. Nos piden la secuencia de las ocho posturas
reglamentarias (…) Esa hombrada mañana en la Luxor el viejo de la federación
pudo oler bien a Rodrigo y lo persiguió hasta adueñárselo. ¿Dónde estaba yo que
no fui capaz de hacer nada?”.

La prosa es
heredera de la escritura teatral, de ahí que el habla del protagonista se
sienta como un monólogo reflexivo de humor virulento. Es curiosa la perspectiva
del hablante, de situarse en un medio heterosexual-patriarcal completamente
fisurado por el deseo de otro compañero. Cristino sabe manejar aquellas
relaciones del erotismo entre amigos y el sometimiento a través del poder,
pensando en el apadrinamiento que se da en dichos deportes en el país (no está
de más señalar la atmosfera de circo pobre con la que se trata esta disciplina
a nivel nacional, de lo cual el texto da cuenta).

Una de las
partes potenciales que se obliteran en el texto, es cuando este torna a su desarrollo
misceláneo, con pausas que postergan la trama central para dar cuenta de
personajes mediáticos de fama mundial y su participación en la historia del
cine bíblico y su intercambio de cartas en contra del dopping. La carta de Steve Reeves a Arnold Schwarznegger es un
ejemplo ágil de intertextualidad que enriquece el texto. Así como también lo
son los listados de películas bíblicas, y también el detalle de ejercicios a
ejecutar para el trabajo de la musculación. El texto, en dichos apartados, alcanza
otra esfera que pudiera ser trabajada de manera más llana y extensa a ratos,
dándole un salto de perspectiva a la trama local. Saltos digresivos
equivalentes a cambios discretos de perspectiva. Esto no quita que la novela
sea narrativamente valiosa en tanto 
propuesta virulenta que se arriesga en su forma y temática, y propone
mixturas de géneros como manera de dar cuenta de espacios, vida, y reflexiones
en torno al poder. Elementos entrelazados en una reflexión que por lo general
ha sido pudorosa, muchas veces, por considerársele banal, pero que habla de un
espacio clausurado y pasado por alto que el autor abraza y sabe enfrentar. 

Junto con esto es
importante el trabajo que la novela hace en torno a las apariencias, no solo
del aspecto físico, sino de la constante búsqueda de ser otro, de la identidad
como una máscara, y el arribismo implícito de los cuerpos locales por
asemejarse al lustre que ofrecen los signos del espectáculo.




Cristián Cristino (Santiago,1982)

Estudió Arte Dramático en Buenos Aires, Argentina,  y a su regreso a Chile se formó como dramaturgo con maestros como Mauricio Barría, Marco Antonio de la Parra, Juan Radrigán y Carla Zúñiga. Entre sus obras destacan Yucatán, estrenada en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, y Lucecitas en el cielo, estrenada en el Teatro del Puente. El fallo muscular es su primera novela.