Saldos poéticos – Sobre «Dracma» de Sebastián Figueroa

Ana Hatherly

 

Por Cristina Bravo Montecinos

 

Este Dracma del escritor Sebastián Figueroa (Yumbel, 1984) que ha
llegado a mis manos, acuñado unas cientos de veces, circula movilizando varias
interrogantes en torno al valor del libro/material, al del
poeta/autor/productor, como también al del contenido/producto del ejercicio de
la escritura/producción. En la transa de estas relaciones y espacios de
discusión sobre el lugar del arte en un contexto económico capitalista, parece
difuminarse la imagen de autor y de sujeto poético, postulando la complejidad y
las limitantes de quien se las emprende con este oficio precario.

En el “Proemio” se dirige
directamente a un “querido lector” en un tono confesional y satírico, mediante el
que relata o vocifera sus penurias:

                “Querido lector:

                Te presento mi
charlatanería

                el registro
completo

                de mis pobres
finanzas”

 

Se repite constantemente la idea del poeta como charlatán, como pillo
que debe rebuscárselas en un mundo hostil para sobrevivir:

 

                “con enredos
financieros

                horarios
extendidos

                y recitales de
poesía

                que hacían
sangrar los oídos”

 

Así como el dracma griego (que
recorrió varias polis) o cualquier moneda o divisa en la actualidad, esta
escritura se moviliza en un intercambio poético y comercial, en el que la
astucia del escritor derrotado calcula las palabras, su valor para trocar la
posibilidad de una economía y una dignidad.

Hay palabras que son oídas y otras que no. ¿Qué las diferencia? “Esta
es mi obra y mi ruina”. En esta escritura, se cuestiona el saldo de una deuda o
más bien el contraer una. Diógenes, Adam Smith, Ezra Pound, Xu Lizhi son las referencias
convocadas a Dracma, autores que, a
lo largo de la historia de las ideas y la poesía, interpelan el rol del poeta con
respecto al Estado en un debate no saldado aún.

 

[Selección de Dracma] 

Sebastián Figueroa


PROEMIO

 

Querido
lector:

 

Te presento
mi charlatanería

el registro
completo

de mis
pobres finanzas.

 

Te presento
a la precariedad

cuando al
rodar falla la piedra

y se levanta
el polvo

de la letra
escrita por mis pies.

 

Esta es mi
obra y mi ruina.

 

La escribí
como ejercicio mental

para matar
la apatía de oso

pero ahora
la transo

como la
bolsa por la vida.

 

Te presento
lo que llamo

mi moneda
originaria

el ancla
mohosa de mi deuda:

dos o tres o
cuatro

formas de
escribir

la palabra
arribismo.

 

Todo lo doy

a cambio de
tu integridad

burocrática.

 

Si no basta
te ofrezco

mi casa y
mis libros

esta cara de
palo

mi público
oportunismo.

 

 

CAMINO A LAS
RUINAS DE CATAMUTÚN

a K. A. M.

 

Viajamos de
Valdivia a La Unión

siguiendo
los contornos

de las
grutas abandonadas.

 

Pasamos por
Rapaco

pero yo
confundo

Rapaco con
Rapallo

 

–ciudad de la
provincia

de Génova en
Italia–

 

y pienso en
Ezra Pound

viajando por
la costa

durante la
república de Saló.

 

Rapaco es un
desvío

de Tres
Ventanas

por donde
pasa una micro

recogiendo
los fantasmas

de las minas
de carbón.

 

Las praderas
que colindan

con
Catamutún

adormecen el
párpado

y se cuajan
en negro escupo.

 

Cada día que
pasa en Rapallo

Pound escribe
poemas más raros:

Lienzos orientales

con escenas
amatorias

protagonizadas por
banqueros.

 

La playa
oxidada de Rapaco

es un lugar
apropiado

para unas
garzas flacuchentas

que miran
ponerse el sol.

 

El polvo
vibra

sobre las
máquinas detenidas.

Una mujer se
decolora

en la
portada

de un
calendario del año 85.

 

Pound fue
granjero

pero bien
pudo ser

pirquinero
lavalozas

o promotor
de políticas culturales

durante el
régimen

de
Mussolini.

 

En Rapaco

sólo queda

un río
fétido

de peces
inmóviles.

 

Aquí –ahora
lo sé–

 

cerca de
estos ríos y estos valles

Pound vivió
su exilio imaginario.

 

Quizá el
poeta se confundió de barco

y en vez de
llegar al mediterráneo

recaló en
San Juan de la Costa.

 

Amparado por
mapuche

generosos
como un tronco de alerce

Pound
recorrió bares y plazas

sorprendido
de cuánto había cambiado

el idioma de
Petrarca.

 

La
desesperación le sobrevino

con los pies
empantanados en el camino

hacia las
minas de Catamutún.

 

Allí fue
cuando pensó en la palabra

                                             
dignidad

y en
quitarse la vergüenza

con una
explosión

de gas
grisú.

 

 

TERCER POEMA DE ADAM SMITH

 

De todos los animales que se pueden criar como

ganado, el cerdo es el mejor de todos, pues puede

alimentarse de puro desperdicio y al matarlo

entrega sólo beneficios a su dueño.

 

 

CUENTAS
AMATORIAS

a A. T. M.

 

Yo le di a
ella dos años

de
jardinería avanzada

ella me
entregó diez lecciones

del más
básico francés

yo le di a
ella un perro negro

y ella me
regaló un ciempiés.

 

Compramos
una casa de verano

y nunca más
tuvimos frío

ni hambre ni
sed.

 

Mas un día
llegó

el inspector
de hacienda

a cobrarnos
impuestos

por estos
privilegios.

 

Y con la
auditoría

nos fuimos a
la quiebra.

Intentamos
rescates financieros

con créditos
usureros

de bancos
malparidos.

 

Entraron nuevos
socios

y
amortizaron las deudas

pero el
consejero económico

 

y hasta el síndico de quiebra

 

recomendaron
entregar la empresa

al control
de los trabajadores.

 

Entonces
regalamos al perro

y liberamos
al ciempiés.

 

Hubo abrazos
y discursos

pero me
arrepiento

de tanto
lloriqueo.

 

Bajo la
apresurada

sombra de
los imitadores

ella me dijo
adiós

yo le dije
estuvo bien

no fue mal
negocio

y dividimos
las pérdidas

como si
fueran ganancias.

 

 

Sebastián Figueroa (Yumbel,
1984)

Sebastián Figueroa es profesor de literatura latinoamericana y poeta. Posee un Doctorado en Estudios Hispánicos por la Universidad de Pensilvania. Ensayos suyos han aparecido en las revistas Ecozon@, Revista Chilena de Literatura, Taller de Letras, Estudios Filológicos y Tekoporá. En 2016 publicó el libro de poemas Dracma (Ediciones Serifa, Valdivia). Actualmente es becario postdoctoral en el King Juan Carlos I of Spain Center de la Universidad de Nueva York. Se encuentra preparando la publicación de dos manuscritos: un estudio sobre literatura y extractivismo en América Latina y la plaquette de poesía Schuylkill.

 

Lobo Antunes, marejada

por
Carlos Leiton
 
Leer a Antonio Lobo Antunes (1942, Portugal) plantea
una experiencia de dificultad y lirismo inusitados en el panorama de la
novelística contemporánea. Pocos autores actuales brindan la impresión de un fin
narrativo con un acabado técnico similar, logrando una feliz relojería que une
los juegos del lenguaje con los acontecimientos. En su propuesta parece existir
el triunfo del suceso perpetuo, remarcado en los materiales de la escritura
como medios musicales. Los actos se supeditan al lenguaje y este es transgresor
en posicionar sujetos múltiples que vocalizan su confesión sin perder el hilo
que ata a unos y a otros. Hay un hilvanar las voces en la precipitación métrica
respiratoria con que merece entregarse la carne de la historia.

Sus novelas proponen construcciones de intrincada
complejidad unidas a una cadencia escritural progresiva, magnética en cuanto a
repeticiones, pasajes que combinan la entrega de datos intervenida por motivos
recurrentes, de este modo adquiere importancia similar la acción y la forma en
que la escritura se plasma. Es difícil seguir las sendas, como también no
perderse en los recovecos faulknerianos (recordando novelas del calibre de El ruido y la furia o Mientras agonizo), espacios que no
brindan la cadena completa de hechos, moldeando así la sombra adecuada para una
construcción de mayor relieve.

Incontables novelas forman el orbe de Lobo Antunes, desde
fines de la década de los 70 hasta nuestros días. Hago un recuento arbitrario
de hallazgos que permiten esbozar su propuesta de manera panorámica.

Yo
he de amar una piedra

(2004) es un texto
autobiográfico centrado
en una relación de amantes: un psiquiatra y su paciente. Previo a
ejercer su vocación de escritor, Lobo Antunes fue psiquiatra. Más que la
historia, destacan sus intensidades. La niñez como situación de estar expuesto,
de percibir palpitaciones táctiles:

y un besito, un hueso, si le rozo la rodilla, si
cuando coja el vaso mis dedos en su brazo

(¿para qué el reloj con dos esferas?)

espero que mi hermana no me atormente, que estas lágrimas
sucias, antiguas, regresen a la infancia y no me enreden las pestañas, si
galopo deprisa, si me desvío de los chopos, de los bambúes de la bata

-Yo agobiada con el problema de tu hijo y tú me vienes
con caballos, ¿qué es esto?

y acortando la historia no un embarazo, un atraso, una
glándula distraída que se quedó atrás sin que ella

-Ven aquí

y a quien le costó acordarse, el médico de cabecera a
quien lo obedecían las hormonas

-¿Y?

y la glándula dándose con la mano en la frente,
volviendo al trabajo, apresurando los ovarios (…)
 
Yo
he de amar una piedra

progresa mediante transvasijes corales: comienza siendo narrada por un niño.
Luego, la narración pasa a un hombre que fue a la guerra en Angola (recordemos que
el autor participó en conflictos bélicos como médico militar, lo cual nos lo
presenta como un perfecto antihéroe colonialista que vuelca, de un zarpazo, su
experiencia en una prosa feroz del tipo Céline). En páginas posteriores, se
incorpora la voz en primera persona de la amante del personaje recién nombrado,
y en estos juegos espejeados la enunciación se mueve constantemente entre
ellos. Lobo Antunes maneja una rara alquimia de licuar a los seres y
situaciones y entregarnos un friso sonoro entero, completamente crudo, pero
cuidadamente compuesto en este libro. Narración o marejadas, corrientes de
lenguaje: marismas, miasmas y estelas significantes. Ser uno y muchos, múltiple
en la sucesión de los escenarios.


Exhortación
a los cocodrilos 
(1999)
tiene como telón de fondo el Portugal en el periodo de postdictadura de
Salazar. Allí cuatro
  terroristas de ultraderecha
se proponen hacer un golpe que fracasa, siendo historia sonada en la época. En
la novela, quienes cuentan sus entremeses son sus parejas femeninas, cuatro.
Cada una con su conflicto, su música infernal, leit motivs wagnerianos que dan
cuenta mediante insistencias, referencias y objetos quién es cada una de ellas,
incluso siendo cruel una con la otra, o protegiéndose, en el juego prefeminista
de la rivalidad que se toma del brazo del patriarcado. Este procedimiento enunciativo
sirve para ilustrar que en la escritura de Lobo Antunes no prima la temática
histórica, sino sus relieves psicológicos y cómo, desde este punto de partida,
la prosa se extiende en el ahondamiento poético de cuatro posibilidades
distintas de trama.

A diferencia de Exhortación
a los cocodrilos
, en Manual de inquisidores
(1996) los personajes no se
repiten. Pasan como golpes de luz, potencias que suman unas sobre otras. Este
libro comienza una saga sobre el poder en Portugal, y se centra en la figura del
dictador Salazar, pues todos los personajes del relato directa o indirectamente
tratan con él. Se exponen plenos los resquicios de lo humano, sus detalles, las
jerarquías en las relaciones familiares, la degradación de quienes aceptan finalmente
el chantaje o el privilegio, y quienes, sin estar involucrados con el tirano, son
perjudicados:
 
(…)
y el señor ministro arrullando besitos a una mujer que se masajeaba el tobillo
dolorido sin hacerle caso, despreciándolo, hastiada de él

-Me quieres, Isabel ¿no?

el espantajo, fíjese, que no era guapa, no tenía buen
cuerpo, no era atractiva, se parecía a una criada de provincias que trabajara
tras el mostrador de una pasamanería de la
Praça
do Chile y que no se llamaba Isabel, se llamaba Milá o Mina o Micá o algún otro
nombre ridículo por el estilo, con un nardo de novia al que le faltaban pétalos
que se marchitaba en sus brazos, el espantajo, sin responderle, observaba por
la ventana los barcos de Seixal, y el señor ministro pegado al oído de ella

-Me quieres, Isabel, ¿no?

y es inútil que me agobie con grabaciones, rollos de
películas, informes, que me cuente esto o lo de más allá, que me pregunte
cualquier cosa porque no sé lo que está diciendo, soy oficial del Ejército en
la reserva, vivo en esta vivienda económica de Madre de Deus con un arriate de
begonias al frente y un arriate de begonias detrás, soy un viejo que lo único
que quiere es que lo dejen tranquilo (…)


Manual
de inquisidores
es la
novela que recomiendo para acercarse a este autor, que en la medida que suma obras
a su repertorio perfecciona su técnica. Aquí los juegos de la degradación
humana y el poder, trascendidos en conflictos sin resolución, son cercanos a la
sombra que la tiranía dictatorial dejó sobre Chile, razón por la cual esta
novela nos interpela de manera cercana.


Otro libro de temática completamente actual es Qué haré
cuando todo arde (2001)
. Trata sobre el hijo drogadicto que tiene un padre
travesti dedicado a la prostitución. Es de remarcar que el autor elige temas específicos
para extenderse y ahondar en la raíz de lo humano. Y calar muy hondo, siempre
de la mano de su musicalidad. Aquí se trabaja el tema de la vergüenza, la
humillación. Y todo esto con una prosa que no deja de ser esplendente, en giros
que no pierden la compostura de su telar.

Es una característica en la prosa de Antonio Lobo
Antunes el uso de la primera persona sin temor a proponerla desde perspectivas
muy variadas, por ejemplo, en lo revisado en esta sucinta reseña, el punto de
vista de un niño, un ministro, un travesti, un drogadicto, mujeres y amantes:
múltiples voces de una consistencia que no genera preguntas en cuanto a la legitimidad
de su apropiación narrativa, efectuada mediante una gran observación de
caracteres que detallan su intimidad.

Percibo en la
novelística de Lobo Antunes una relación con búsquedas radicales que sustentan un
oficio consistente en casi una treintena de ediciones. En ellas se cimenta una
renovación narrativa a partir de las innovaciones de autores como James Joyce, Virginia
Woolf, William Faulkner, Malcolm Lowry, Nathalie Sarraute, Juan Carlos Onetti, Carlos
Droguett. Sus novelas, siempre de largo aliento, brindan experiencias vitales
expansivas que promueven, por sobre todo, dos cuestionamientos con respecto a
la forma de aproximarse a este género en nuestros tiempos: la detención por sobre
la inmediatez; y el lirismo por sobre el utilitarismo narrativo.
 
 

Línea de la tierra. Sobre «Zahorí» de Begoña Ugalde

Por Mariela Malhue


Ken Cro-Ken
                           
                                            
La tierra flota sobre el agua que es la fuente de todas las cosas
Tales de Mileto
Para hablar sobre el poema de Begoña Ugalde lo inmediato quizás sea decir algo sobre el agua: el agua como estatuto simbólico, o en tanto elemento de transformación constante, o su inaprensibilidad. También es cierto que otra estructura presente en “Zahorí” es la música que se anuda en un ajuste vigoroso. Una importante particularidad: en distintos momentos agua y música son una pura unidad poemática. 
La música funciona con la máscara de la obediencia, dice Quignard. En el texto de Begoña, esa obediencia adquiere una cara gentil: la de direccionar y formar mediante varios pasajes el texto, una composición de distintos conjuntos tonales. Una voz desde un ojo que ve de lejos. Describe el trayecto -y el ritmo de ese trayecto- de las manos sobre el libro, de la lectura, del fenómeno del árbol convirtiéndose en papel. Y adviene entonces la gran representación del poema: el ejercicio de deshacer los barrotes del signo, desaprendiendo cualquier distinción dual de este. En “Zahorí” hay búsqueda, ritmo y nomadismo.

Desde entonces busco, busco con la atención puesta en las plantas
de los pies, rastros de cataratas, sus piruetas imposibles 
en el aire busco, busco con la mirada, con las yemas de los dedos
en el suelo una pista o monedas, piedras semipreciosas
cristales pulidos por las mareas, el eco del río

o la traducción de su primer canto

Ese nomadismo requiere efectuar ciertas confirmaciones, las del origen y de cada espacio donde situarse. Las del recuerdo. Confirmar en este caso es también observar y ser parte de aquellos objetos sobre los que se posan los sentidos. Una vez realizadas, se despliegan nuevos terrenos que cohabitan con el presente, la aparición de una suerte de juego epistolar o testimonio de un mito que da cuenta de la memoria en la articulación del lenguaje.
También podríamos decir que no hay momentos lineales, no hay esa forma de cronología, sino simultáneos espacios y tiempos que van y vuelven preguntando sobre el fenómeno de la presencia. En esa dinámica el ritmo se presenta solidario con la continuidad textual.

un hueco que se parece a otros hogares
un círculo que es un mismo corazón o vacío

una forma de estar en muchos sitios a la vez

Dice Hildegard Von Bingen: “Y estas voces eran como la voz de una multitud cuando la eleva hacia lo alto. Y el sonido me recorrió entera de manera tal que las entendí sin dificultad.” Utilizo esa cita para expresar cómo liga la autora de manera sutil, y pareciera que de manera espontánea y no forzosa, el enlace de las cadenas significantes que van apareciendo múltiples y favorecen a un registro panorámico de este tiempo de doble trauma vivido en Chile. Me refiero a que quizás esos sitios que menciona, el gran sitio del afuera, ese lugar que se recuerda lleno de fuego y en que la visión persiste aún sin órganos que lo permitan, ellos refieren a un país que, tras décadas de no haber podido sino dormir, despertaba. Y luego se vio obligado al encierro. En este punto, resulta conveniente abrazar “Zahorí” como un ejercicio no solo de memoria sino de justicia hacia los procesos vividos durante el llamado estallido social. La precisión de Begoña Ugalde es magnífica en tanto encuentra una estrategia para marcar con fuerza un registro político que no retrocede ante aquel gran temor de lxs poetas, que el poema se vuelva panfleto. No es el caso de este escrito, extendido como un canto. Un coro incluso, que a ratos suena como pequeños himnos del relato de la destrucción de muchos escenarios y el advenimiento de otros. “Zahorí” se sostiene como una carta de contestación al horror, una carta de quien mediante varillas busca que el agua le otorgue un sonido, un gesto para saber que ahí se ubica, para transformar o hacer emerger algo parecido a la vida.

Fragmentos del poemario «Zahorí», de Begoña Ugalde

*Se recomienda girar la pantalla en lecturas desde dispositivos móviles

Oleg D. Jefimenko

[escrito durante la segunda edición de las residencias artísticas Lo Mon Contemporáneo, en el Valle de Hecho, Huesca]


*
Nudos, puntos ciegos, material
desprendido
estoy aquí, para describir un
fenómeno desde el borde
de las páginas para intentar pasarlas,
mojando primero
mis huellas dactilares
con la poca saliva que me queda
a esta hora
pegar los dedos a la fibra tan blanca
tan reluciente
que duelen los ojos, estoy aquí,
constato, para pasar la página
blanqueada con químicos, cuyos
nombres no sé, la página
que pego a la punta del índice, para
deslizar el papel para leer
lo que dice a continuación, para
perseguir una idea o la impresión
de una idea o su cauce ya seco
y descubrir que el sonido del
reverso de un papel cualquiera
es también un murmullo de ramas
mientras termina de caer la
tarde sobre los primeros brotes
que revelan un verde tan verde que
multiplica la luz
 
Estoy aquí, me digo, para intentar dar cuenta de algo
que no se presenta visible, que no se nombra del todo
no se anuncia más que por el golpe repetitivo
sobre la piel o bajo su tejido que no deja de gastarse
algo que punza, algo cocido al silencio (como toda violencia)
algo desplegado en el aire que impide o vuelve
amenaza el contacto el roce, el intercambio de saliva
y páginas y huellas y todo el alivio que eso significa
 
Permanezco entonces despierta
a horas insólitas
confío a las paredes un relato sin demasiados sobresaltos
una historia breve de cómo llegué a estar detenida en esta tierra
bélica, gris y negra y rojiza a veces, bella a su manera
casi estéril, un relato a medias de cómo encontré
un pequeño espacio para descansar a algunas horas
o tener la mandíbula apretada, la espalda torcida, vuelto el peso
del cuerpo sobre la página o la pantalla en blanco, para describir
rutinas nuevas, paseos breves que luego olvido o recuerdo con poca
precisión
 
Como esa vez que me puse un vestido liviano y escapé al cerro
más cercano, fui espectadora de cómo las amapolas se incendian
con el sol del mediodía, o la transportación silenciosa del polen
esa manera tan delicada en que los jardines salvajes hacen el amor
y las abejas se comunican para expandir su néctar
sin otro propósito que distribuir en partes iguales su dulzura
 
O cuando en medio de la noche la calle ardía aquí y al otro lado
del mundo, al mismo tiempo, y las alarmas interrumpieron
el trayecto
confuso de nuestros sueños, el equilibrio
precario de nuestros ánimos
de manera agudísima, sostenida,
sonaron las alarmas
penetraron los muros de la que
ahora llamamos nuestra casa
aunque en realidad no es nuestra
casa
 
Y no quedó otra alternativa que
permanecer alerta
como un animal a punto de
abalanzarse
a una presa invisible o más bien
herida
que rastrea con la punta de la
lengua la hendidura, el surco que deja
el impacto de un objeto
contundente o la réplica de un relámpago
 
Desde
entonces busco, busco con la atención puesta en las plantas
de
los pies, rastros de cataratas, sus piruetas imposibles
en
el aire busco, busco con la mirada, con las yemas de los dedos
en
el suelo una pista o monedas, piedras semipreciosas
cristales
pulidos por las mareas, el eco del río
o
la traducción de su primer canto
 
Tal vez debería bastarme con el humo
que entra y sale tendencioso de mis pulmones
con desaparecer un rato, o al menos posponer
el desconcierto, concierto mental, voces que
me invitan a la inmovilidad, a leer novelas viejas
metida en la cama días enteros
semanas enteras como si pudiera permitírmelo
 
Pero es difícil este silencio incompleto, lo inverso
al grito o sirena, este nudo esta intención extranjera
este mandato repentino de estar lejos sin movernos
robando sol a un cielo inexpresivo
en el espacio flotante de nuestros balcones

 


Reconozco
en las manchas y erupciones de nuestra piel
la
sed absoluta de intemperie
reconstruyo
un paisaje que es todos mis paisajes
un
hueco que se parece a otros hogares
un
círculo que es un mismo corazón o vacío
una
forma de estar en muchos sitios a la vez
 
Uno
los paisajes desmembrados, las numerosas visiones
de
fuegos cruzados, busco, busco
un
puro sonido que sirva de enlace
un
mismo macizo de piedra para reposar la mirada
el
sentir explotado yacimiento
en
mí y en otras manos, busco la materia aún viva
la
humedad, el calor oculto bajo napas, un soplido
una
nueva vertiente, una nueva vertiente
una
nueva vertiente
 
Y
contemplo los cauces levemente rosados
de
un río ausente o ido, la vorágine del flujo
las
aves que frecuentan ese torrente a veces cristalino
casi
siempre turbio
 
Estudio
los rastros de agua, el sedimento, en las piedras
para
encontrar respuestas o algo parecido a una afirmación
y
cuando la luna está alta sangro dentro del río
tengo
presente el débil rastro de otras sangres
vertidas
injustamente
 
Busco,
busco percibir la aspereza y la suavidad
de
los frutos, en las manos y con un puñado de piedras
comprobar
que el espejismo del bienestar se desvanece
el
asfalto se abre y deja respirar la tierra
 
Porque
pueden arrancarnos los ojos pero no la visión
Pueden
drenar un río hasta secarlo pero no desaparecer su cauce
 
¿Cuántas veces aparece o
desaparece cada día entre tus muros la palabra hogar?
¿La palabra techo, andamio, la
palabra antena o señal, la palabra en carne viva, la palabra desnuda o desnudez,
y las golondrinas u otras aves de plumajes y cantos sorpresivos? ¿Sus
movimientos circulares? ¿Triangulares? ¿Su tránsito en picada?
 
¿Cuántas veces aparece y
desaparece un ciervo, un pudú, una certeza, en medio de nuestra habitación, una
bestia tan delicada que no se deja fotografiar?
 
¿Hasta qué punto es posible
apuntar ese tránsito y lo que nos pasa por dentro?
¿De cuántas maneras podemos
pasar la página? ¿Cuál es sabor de tu saliva a esta hora?
¿Cuántas veces podemos repetir
una rutina, una y otra vez sin enfermarnos?
 
¿Si
el río deja de sonar, no existe más el río?
(su
canción que es un murmullo que está siempre presente
su
canción que es un hogar diferente al bosque
su
canción que es una forma específica de respirar)
 
¿Y
si no veo el tránsito del ciervo por el bosque no existe el ciervo?
¿Si
no me encuentro al oso pardo, no existe el oso pardo?
¿Si
no paseo por el bosque, no existe el bosque?
¿Si
no paseo por el bosque, no existe mi idea del bosque?
¿Si
no paseo por el bosque, no existe mi recuerdo del bosque?
¿Si
no me siento en la tierra, no siento la tierra?
¿Si
no recorro el bosque, no existe mi huella leve entre las hojas?
¿Si
no recorro el bosque, puedo defenderlo?
¿Si
no capto el salto de la rana, las ondas que deja en el agua, no existe su cuerpo
suspendido en el aire, el vuelo fugaz de un ser que ha sabido transformarse
tres veces?
¿Si
no nombro mi transformación no existe? ¿Si no nombras tu transformación, no
existe? ¿Si no me nombras, no existo? ¿Si nombran tu herida no existe?
¿Dónde
está exactamente tu herida? ¿Qué es lo que no te deja dormir?
¿Si
me escondo en la sombra del bosque, no existo?
¿Si
me escondo dentro de una pequeña habitación y duermo entre sábanas sucias no existo?
¿Si
pierdo el conocimiento dejo por un momento de existir?
¿Cuánto
conocimiento hemos perdido? ¿Cómo lo podríamos recuperar?
¿Si
no veo la lluvia de estrellas en medio de la noche, al final del verano no se
incendia el cielo a lo lejos?
¿Si
no permito que me toques, la lluvia de estrellas no existe?
¿Si
no veo al oso, no existe? ¿Si no veo a otro, no existe?
¿Si
no ves a la otra, no existe? ¿Si no sé qué es un huemul, no existe el huemul?
¿Si
no conozco al pudú, no existe el pudú?
¿Si
no vislumbro al cóndor y su vuelo sagrado que anuncia nacimientos y muertes su
vuelo sagrado no existe?
¿Si
no veo la sangre derramarse, no existe ese dolor?
¿Necesitamos
tanta electricidad? ¿Necesitamos tanta electricidad? ¿Necesitamos tanta
electricidad?
¿Dónde
están todos esos cuerpos que nos faltan? ¿Cómo llenar el espacio que dejan los
cuerpos de agua al secarse?
¿Necesitamos
realmente tantas páginas, tanta electricidad?



Begoña Ugalde (Santiago, 1984)

Ha publicado los poemarios El cielo de
los animales
 (La Calle Passy 061, 2009), Thriller (PLUP,
2011), La virgen de las Antenas (Cuneta, 2012), Lunares (Pez
Espiral, 2016), Poemas sobre mi normalidad (Ril ediciones,
2018) y, junto a la fotógrafa Gema Polanco, La fiesta vacía (TEGE, 2019). También, el relato Clases de
Lenguaje
 (TEJE, 2016) y el libro de cuentos Es lo que hay (Alfaguara, 2021). Además es autora de numerosas
obras teatrales que han sido llevadas a escena, entre las que destacan: Fuegos
artificiales
Temporada bajaYo nunca nunca, Lengua
materna
Cadena de frío y Toma (publicada
por Ediciones del Consejo Nacional de la Cultura y Las Artes, CNCA). Es
Licenciada en Literatura Hispánica por la Universidad de Chile y Máster en
Creación Literaria por la Universitat Pompeu Fabra.

Lee aquí Línea de la tierra: Sobre Zahorí, de Begoña Ugalde