Línea de la tierra. Sobre "Zahorí" de Begoña Ugalde

Por Mariela Malhue


Ken Cro-Ken
                           
                                            
La tierra flota sobre el agua que es la fuente de todas las cosas
Tales de Mileto

Para hablar sobre el poema de Begoña Ugalde lo inmediato quizás sea decir algo sobre el agua: el agua como estatuto simbólico, o en tanto elemento de transformación constante, o su inaprensibilidad. También es cierto que otra estructura presente en “Zahorí” es la música que se anuda en un ajuste vigoroso. Una importante particularidad: en distintos momentos agua y música son una pura unidad poemática. 

La música funciona con la máscara de la obediencia, dice Quignard. En el texto de Begoña, esa obediencia adquiere una cara gentil: la de direccionar y formar mediante varios pasajes el texto, una composición de distintos conjuntos tonales. Una voz desde un ojo que ve de lejos. Describe el trayecto -y el ritmo de ese trayecto- de las manos sobre el libro, de la lectura, del fenómeno del árbol convirtiéndose en papel. Y adviene entonces la gran representación del poema: el ejercicio de deshacer los barrotes del signo, desaprendiendo cualquier distinción dual de este. En “Zahorí” hay búsqueda, ritmo y nomadismo.

Desde entonces busco, busco con la atención puesta en las plantas
de los pies, rastros de cataratas, sus piruetas imposibles 
en el aire busco, busco con la mirada, con las yemas de los dedos
en el suelo una pista o monedas, piedras semipreciosas
cristales pulidos por las mareas, el eco del río
o la traducción de su primer canto

Ese nomadismo requiere efectuar ciertas confirmaciones, las del origen y de cada espacio donde situarse. Las del recuerdo. Confirmar en este caso es también observar y ser parte de aquellos objetos sobre los que se posan los sentidos. Una vez realizadas, se despliegan nuevos terrenos que cohabitan con el presente, la aparición de una suerte de juego epistolar o testimonio de un mito que da cuenta de la memoria en la articulación del lenguaje.
También podríamos decir que no hay momentos lineales, no hay esa forma de cronología, sino simultáneos espacios y tiempos que van y vuelven preguntando sobre el fenómeno de la presencia. En esa dinámica el ritmo se presenta solidario con la continuidad textual.

un hueco que se parece a otros hogares
un círculo que es un mismo corazón o vacío
una forma de estar en muchos sitios a la vez

Dice Hildegard Von Bingen: “Y estas voces eran como la voz de una multitud cuando la eleva hacia lo alto. Y el sonido me recorrió entera de manera tal que las entendí sin dificultad.” Utilizo esa cita para expresar cómo liga la autora de manera sutil, y pareciera que de manera espontánea y no forzosa, el enlace de las cadenas significantes que van apareciendo múltiples y favorecen a un registro panorámico de este tiempo de doble trauma vivido en Chile. Me refiero a que quizás esos sitios que menciona, el gran sitio del afuera, ese lugar que se recuerda lleno de fuego y en que la visión persiste aún sin órganos que lo permitan, ellos refieren a un país que, tras décadas de no haber podido sino dormir, despertaba. Y luego se vio obligado al encierro. En este punto, resulta conveniente abrazar “Zahorí” como un ejercicio no solo de memoria sino de justicia hacia los procesos vividos durante el llamado estallido social. La precisión de Begoña Ugalde es magnífica en tanto encuentra una estrategia para marcar con fuerza un registro político que no retrocede ante aquel gran temor de lxs poetas, que el poema se vuelva panfleto. No es el caso de este escrito, extendido como un canto. Un coro incluso, que a ratos suena como pequeños himnos del relato de la destrucción de muchos escenarios y el advenimiento de otros. “Zahorí” se sostiene como una carta de contestación al horror, una carta de quien mediante varillas busca que el agua le otorgue un sonido, un gesto para saber que ahí se ubica, para transformar o hacer emerger algo parecido a la vida.