«Nazca», la suspensión de la certeza

Por Miguel Hernández Zambrano

Al comenzar la lectura de Nazca (Traza Editora, 2021), de Carolina Pezoa, lo primero que se hace notar es la cautela frente al lenguaje («qué dice esa voz / no dice // la palabra / tarda»), que luego da paso a la insistencia de la mirada: «Al no poder decir qué era yo / recordé las cosas que había mirado», «Miré la mar hasta la nada y escribí», «Concentrar en los ojos lo que pasa» o «lo que aún no se ve / se verá de un solo golpe».

La sospecha respecto al lenguaje pasa por su tardanza, porque imagina partir o porque hay una voz que no dice, como leemos en distintos poemas. Y en la medida en que las palabras están bajo sospecha, la mirada parece ganar espacio en el texto; los poemas dan cuenta de algo que se ve.

Este recorrido que va del lenguaje a la mirada podría desembocar en una pura visualidad y llevar a la disolución del poema («El poema es el arte de decir lo que solamente se puede decir», dice Mario Montalbetti) si no fuera por otra característica que recorre el libro: la discontinuidad.

El poemario está compuesto por siete secciones y cada una parece interrumpir la siguiente en la forma de proponer el poema.

En «Nazca», la sección que da título al libro, lo contingente entra al poema. Es otro el tono que se lee: «Parece no basta oponer un no / estamos en guerra / no estamos», «Vivimos un ahora irremediable o «cuánto cuesta / oír — la primera línea».

La voz se despliega desde un lugar distinto, uno que parece clausurar el lenguaje desde la certeza. Sin embargo, la sección siguiente, «Tara», viene a restituir la incertidumbre del poema: «A qué venir así, del parto / frenesí //    es    que no hay eternidad / ——————hilo rojo, hilo negro», «Escribo. Escribo el viento entre la piedra y la sal / mi deseo  es  el sol». La cristalización de la consigna se quiebra en el poema cuando el lenguaje se niega y se contradice. Y esto es llevado aún más lejos en la sección que cierra el libro, «Arum, arum», donde las estrategias lingüísticas del contexto ingresan al poema, pero de manera exacerbada, removiendo de esa forma el vocabulario del que echa mano y manteniendo la lectura finalmente abierta.

En estas discontinuidades reside la potencia de este libro. Si entendemos el título como el modo subjuntivo del verbo nacer, tendremos entonces el deseo de que algo nuevo emerja, de que algo nazca, y como deseo que es, llega para interrumpir la frase fácil de la certeza y dejar el espacio para que el lenguaje despliegue toda su inestabilidad.

 

Miguel Hernández Zambrano  (Maracaibo, 1983). Licenciado en Letras por la Universidad del Zulia (2007) y M.F.A. in Creative Writing in Spanish por la New York University (2017). Ha publicado Antología del descapotable (Maracaibo, 2006), la plaquette de poesía Cotidiano (Buenos Aires, 2010), Un decir errado (mención especial del I Concurso Nacional de Poesía Delia Rengifo. Caracas, 2011) y ¡Oh, lorem ipsum!, poemario ganador del IV Concurso Nacional de Poesía (2013) de la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello. Es coeditor de la revista Espacio Fronterizo.

El lenguaje del barro. Sobre «Cieno» de Cristina Bravo Montecinos

Por Luz Astudillo

 

Cieno
comienza
hablando de “una imagen que te suspende”, luego esa imagen es el agua rodeando y
todas las imágenes se nos vienen encima para dar paso a una naturaleza que está
sujeta a un día a día, una abuela que reconoce el agua, que, incluso podría
saber manipularla. La escritora norteamericana, Terry Tempest Williams, en su
libro Cuando las mujeres fueron pájaros – 54 variaciones de la voz,
entrega a su abuela facultades especiales: “Una vez en el lago Bud vi el rostro
de mi abuela y sentí que había en ella un mensaje profundo. Ella miraba
fijamente el lago y supuse que pensaba en la tranquilizadora repetición de la
naturaleza”. Acá, esa mujer mayor es capaz de evocar toda la naturaleza, incluso
sin proponérselo:

 

tu
boca disfruta el señuelo

las
aves esperan la torpeza de tus manos

cuántas
veces has creído ser manca

cuántas
veces confundiste

tu
rastro con un panal

 

Ella es
capaz de llenar todo el paisaje, sin simular sabiduría alguna, porque no
lo necesita. Su presencia basta como un símbolo de origen y destrucción, el
agua es vida, pero en algún momento se funde con la tierra y ahí el lodo, cubrir
con tierra el dolor
podría suponer esa imagen que desarma a esta mujer que
podría ser la abuela, la madre, la hija, la hablante de este poema, Terry
Tempest Williams lo dice también: “Soy mi madre, pero no lo soy. Soy mi abuela,
pero no lo soy. Soy mi bisabuela, pero no lo soy”. Finalmente, una mujer es
todas las mujeres que un pedazo de tierra es capaz de unir. Una repetición, tal
como la naturaleza se repite a sí misma.

 

En Cieno la
escritura interpela todo el tiempo. Hay una otra que está oculta dentro de días
o meses perfectamente cotidianos versus lo que aqueja del recuerdo, pero que
insiste en aparecer para completar el paisaje, para ser el blanco de preguntas
que quizás no tengan respuestas, no tiene por qué haber respuestas si tenemos esa
presencia capaz de manipular la naturaleza desde una complicidad de quien no
necesita nombres para ejercer de algo. El poema pregunta, no espera respuesta, se
conversa a sí mismo. La naturaleza es parte de esta conversación, el agua que
rodea, que se mezcla con la tierra, el origen del barro que desde la Biblia
está ligado a la suciedad, al hundimiento, a un desastre que se avecina despacio
y en silencio; y también a una idea de renovación, de renacer, no olvidemos que
el primer hombre “creado” de la cultura maya fue hecho de barro, pero tampoco
olvidemos que el barro, tarde o temprano, se deshace y desde ahí, todo empieza
otra vez.

“La tierra te
devuelve al paisaje”, pero ese paisaje podría ser perfectamente un plato en
medio de una mesa, una mujer en el jardín sobornando a gatos ajenos, una
mujer en medio del agua antes que esta lo rodee todo. El paisaje podría ser esa
palabra justo antes de que se forme el barro.

 

Santiago,
11 de diciembre, 2021

 

 

Algunas ideas sobre «Cantera de áridos» de Álvaro García

Por Jonnathan Opazo

Para los que
vivimos en el Maule, las empresas de áridos se han transformado en pequeñas
depredadoras del paisaje. Horadan las orillas de los ríos hasta deformarlas y
aceleran los procesos de erosión natural. Que el resultado de su trabajo sea el
material con que nuestras ciudades crecen al pulso de las inmobiliarias solo
viene a constatar que son otro eslabón en la cadena del daño neoliberal.

A propósito de
esto hago mía una idea que leí en el prólogo de
Valparaíso y sus metáforas de Jorge Polanco: las escrituras
poéticas de la posdictadura encarnarían una suerte de heterotopía respecto a
los discursos triunfalistas en los que se sostiene el modelo.
Cantera de áridos no es una excepción.
Los quince poemas que componen esta publicación parecen trazar una forma de
experiencia donde una cierta cotidianeidad —un viaje en micro, el encuentro con
un ulmo, la conciencia del cuerpo donde «se endeudan los huesos en las alturas
del hombro»— es el resorte de la escritura.

A excepción de
uno —«Petición a un muro de trenzas mordidas»—, los poemas que García disemina
en este conjunto no están titulados. Intuimos entonces que funcionan como las
piedras de esta cantera de pequeñas epifanías. En general, nos encontramos con
versos breves que ilustran momentos donde lo no dicho parece vibrar a su
particular manera. Leeré un fragmento para ejemplificar:

Vienes de tan lejos
a morir sin esquivar mis manos.
 


Vienes


a darme trabajo


Y levantarme de la silla


cortar tu aleteo, que te detengas


Golpeo tu trayectoria, la radio


dispara un comercial

El cadáver de los extranjeros en mi comedor.
 
Una mosca, un
sanjuán o un zancudo irrumpe, extranjero en el poema que acá se nos aparece
como un espacio doméstico cerrado. Un pequeño cosmos, primigenio, para recordar
una expresión de Bachelard sobre el hogar. Podríamos además forzar un poco más la
lectura, a riesgo de pecar de exégeta de lo imposible u observador de señales
donde no las hay. Quizás, García está jugueteando con cierto registro de habla
que ha ganado fuerza en la discusión pública —el discurso antimigrantes con el
que hacen nata nuestros fascistas locales. El poema se lo permite. Si nos
detenemos en el primer y último verso parece más bien un apunte lateral sobre
la época: «Vienes de tan lejos / El cadáver de los extranjeros en mi comedor». Cadáveres
que irrumpen en el espacio doméstico y lo vuelven extraño. La mosca, el
sanjuán, el zancudo, la tijereta: aquello que el poema deja innominado y lo
vuelve todavía más inquietante.
 
Hay que recordar
la reflexión de Freud sobre el
unheimlich:
lo siniestro, geométricamente opuesto a lo hogareño-familiar. Incomoda su
presencia, pero también en calidad de muerto: el cadáver queda allí. El poema
no nos dice si es retirado. Solo enuncia la escena de un momento particular: el
corte del aleteo, la detención de eso otro que interrumpe.
 
Todo esto me
lleva además al recuerdo de una conversación con mi amigo Claudio Maldonado. Su
escena favorita de
El exorcista de
William Friedkin —espero mi memoria no me falle— es cuando, luego de luchar
contra el demonio que posee a la pequeña Regan, una breve tregua nos avisa que
tenemos un hiato para descansar del terror sobrenatural. En ese momento, en una
jugada que a mi amigo le parece magistral y a mí, ahora, también, Friedkin
realiza un primer plano a una mosca que reposa en el techo de la pieza. Para
los hebreos,
Baal Zebubes el Señor de
las Moscas. La asimilación occidental cristiana tiene a Belcebú —adaptación del
término hebreo— por demonio. Acierto cinematográfico de Friedkin: el diablo no
se ha ido del cuarto, solo ha asumido una de sus tantas formas.
 
Poema
—entonces—sobre límites y fronteras, sobre pequeños cosmos alterados por
presencias ajenas.
Cantera de áridos hace
de la extrañeza un modo de enunciar la experiencia y darle forma. Veamos otros
versos:
 
Me quedé adorando los cartones grandes

 

de refrigeradores y cocinas nuevas

 

Voy calle abajo
los relojes avanzan formados

 

hacia mis riñones
busco a cima
me sumo al contagio y al hambre.
Si el poema se
encuentra en un lugar anterior, prearracional, con respecto al matema —esto lo
estoy tomando prestado de Montalbetti—, García se sirve de esa suerte de
momento intuitivo del pensamiento para dar cuenta del mundo. Se queda mirando
los cartones en vez de los objetos que guardan, como el niño que deshecha el
juguete y se solaza en la geometría que lo envuelve para transformarlo en una
casa imaginaria. «Los relojes avanzan formados / hacia mis riñones», escribe y
pensamos en las heridas del tiempo en el cuerpo. No cualquier tiempo, por
supuesto, sino el tiempo planificado del trabajo asalariado, en la rutina de
las oficinas con sus sillas gamer de ciento cincuenta lucas —hay que invertir
para trabajar mejor— o en la faena del temporero que se expone a los pesticidas
de una plantación de arándanos.
Aunque los
poemas no lo digan, García parece describirnos un itinerario entre los
escombros de su tiempo e iluminar ciertas zonas erosionadas de la experiencia a
partir de la escritura. Las palabras son los áridos que acopia en esta cantera.

 

 

Santiago, 11 de
diciembre, 2021

 

 

 

 

 

Lanzamiento doble: «Cieno» y «Cantera de áridos»

El próximo sábado 11 de diciembre a las 19 horas se llevará a cabo el lanzamiento de dos nuevas plaquettes editadas por el equipo editorial de Traza: Cieno, de la poeta Cristina Bravo Montecinos, y Cantera de áridos, de Álvaro García Hernández.

Las coordenadas del evento son: Alameda 2133, Santiago Centro (Casa Palacio Elguin)

Inscripciones en: trazacolectivo@gmail.com (Aforo limitado)

 

A continuación les compartimos un poema de cada autor más la portada de su plaquette*:

[En el viaje las paradas…]

Cristina Bravo Montecinos

 

En el viaje las paradas escapan de sí mismas

abajo de la cuesta

entre Huichahue Bajo y Santa Elvira

abres el desván

te cuelas en Pino Huacho

es largo el camino por tierra

ha quedado abierto el tiraje

en el muelle azuza la palabra vientre

sobre el puente las reinetas se desangran

los camiones han inundado todas las rutas

cargando cadáveres ajenos

no esperes que lleguen a casa

con las manos limpias

el alquitrán de sus pisadas

queda por días suspendido en el tráfico

 

 

 

[Aquellas aspas desarmaban

Álvaro García Hernández

 

Aquellas aspas desarmaban

el escenario mordido por el viento

 

Su juego

un escape de vocales sin cabeza

 

Amenazado por una guerra de piedras

contra los protocolos

corrían los humos con sus pulmones vencidos

 

Rodaron en el suelo de una casa vacía

y dejaron sangre sobre la mesa

 

Tienes la forma de un ángel vidrioso

detenido junto a cuadros colgados al piso

 

Irregulares estrellas esconden

de los árboles tu nombre completo

 

El lado sur de los estacionamientos da señales

de pasos débiles directos al encierro

 

*Cianotipias y diseño de portada: Carmen Villar

 

Cristina Bravo Montecinos (Valdivia,1981) Poeta, profesora de lenguaje y magíster en literatura. Sus poemas figuran en antologías del sur de Chile y en la antología mexicana de poetas chilenas Tanto fervor tiene el cielo (Editorial Cohuiná, 2020). Ha publicado Vaivén, plaquette de la colección Llueve o la música está muy fuerte (Pillaje Ediciones, 2010). Su obra indaga territorios donde conviven la pregunta por el lenguaje y la interrelación entre naturaleza, corporalidades y  cultura.

Álvaro García Hernández (Coquimbo,1994) Poeta y candidato a Magíster en historia. En 2018 publicó el poemario Percusión al borde del torso por Armatia Ediciones, sello autónomo que dirige. Es guitarrista en Exhumar, banda hardcore punk antifascista.

 

 

Fisura en la máscara, apreciaciones sobre la novela «El fallo muscular», de Cristian Cristino

Por Carlos Leiton 

La primera
novela de Cristian Cristino,
El fallo
muscular
(Editorial Noctámbula, 2021) aborda un tema escasamente explorado
en la literatura chilena, que es la relación narcisista del cuerpo masculino y
la sexualidad fisurada en el marco de la competencia deportiva, específicamente
en la competencia del físicoculturismo.

Rodrigo es un
chico de provincia que llega a la capital con la motivación de convertirse en
fisicoculturista, y se hace compañero del narrador.  Desde este punto asistimos a la descripción
detallada de las cualidades del cuerpo de su amigo y de cómo logran una
intimidad en la ceremonia del entrenamiento constante. A esto se suma el rito
del hablante de ver películas bíblicas que, heredadas de su amigo Rodrigo, dan
cuenta del esplendor de los cuerpos a través de estrellas de la época
cincuentera-sesentera de la talla de Steve Reeves. En este marco, la amistad de
ambos chicos prospera asimilándose, en el plano de la imagen, a la de los
compañeros espartanos de batallas, quienes en dicho compañerismo viven la
carencia para su dieta alimenticia y de drogas, enfocada en la ganancia de
musculatura: 

“La noche previa
al torneo vimos nuestra película favorita y aunque en el fondo nunca me han
dejado de parecer falsas y ridículas, tuve que darme la vuelta y hacerme el
dormido para que no descubriera mi emoción”.

Temáticas que
rozan casi siempre la estética del deporte son las de la pornografía y la
prostitución, temas a los que Cristino alude con apertura:

“Rodrigo
disfruta del cuerpo que se forma con las palabras del viejo, se calienta con el
relato corporal de sí mismo; con los músculos propios creados en esa boca
ajena”.

Muestra así las
formas de la homosexualidad reprimida y castigada: el deporte encauzaría una
manera de gastar el cuerpo, cansarlo, con el objeto de sublimar el deseo de
otro por la del embellecimiento personal, narcisismo que acerca cuerpos y
emanaciones.

Cristino trabaja
la heterosexualidad fisurada. Un tema valorable, ya que se le ha exigido a las
narrativas queer, en muchas ocasiones, extremar su temática en pos de una
exteriorización acorde a su reconocimiento social en un contexto actual de
apertura y reivindicación. El riesgo está, sin embargo, en tratar un matiz
velado que no ha sido verbalizado, dejando de manifiesto la ligazón de ciertas
formas de poder y sometimiento a través de la amistad. En la novela se da
cuenta de mecanismos que dentro de lo patriarcal operan desde siempre, y no
apuntan a una emancipación como tal, sino a la mantención de una estructura de
relaciones que avanzan con dichas fisuras como base:

 “Algunos vienen con sus familias, otros con
sus pololas, pero las pololas se aburren rápido y se quedan mirando el celular
sin poner atención al torneo. No sirven ni para grabar tu rutina en la tarima”.

Desde esta
perspectiva, esto da pie a un cinismo implícito en la amistad y el compañerismo
como formas del deseo. Consignas deportivas como la “motivación” o la “meta”
abundan en este tipo de espacios que buscan abstraer la relación de los cuerpos
y su imagen, con un fin meramente aséptico sin dar pie a los exabruptos abiertos
del deseo:

“El ojo se
acostumbra y nos empezamos a reconocer de los demás gimnasios, comprendes que
nada es casual y no estás solo. Estamos todos habitando el palacio egipcio
porque somos reyes, príncipes, héroes de leyenda”.

La prosa de
Cristián Cristino se aboca a ese borde del personaje que en todo transcurso se
mantiene a punto del desbarranco y de quedar al descubierto. Una prosa bien
informada y documentada acerca de los espacios donde ocurre la acción. Esto
queda plasmado en la escena de una competencia en la discoteque  Luxor, como telón de fondo de una épica
carente de auspiciadores para esos cuerpos latinoamericanos expuestos a las
transacciones del poder barato y local. Cristino da cuenta de ello de manera
ágil y señala los mecanismos del apadrinamiento y la enajenación en las que se
perciben segundas intenciones:

“La luz es baja
y el reggaetón es fuerte. Nos piden la secuencia de las ocho posturas
reglamentarias (…) Esa hombrada mañana en la Luxor el viejo de la federación
pudo oler bien a Rodrigo y lo persiguió hasta adueñárselo. ¿Dónde estaba yo que
no fui capaz de hacer nada?”.

La prosa es
heredera de la escritura teatral, de ahí que el habla del protagonista se
sienta como un monólogo reflexivo de humor virulento. Es curiosa la perspectiva
del hablante, de situarse en un medio heterosexual-patriarcal completamente
fisurado por el deseo de otro compañero. Cristino sabe manejar aquellas
relaciones del erotismo entre amigos y el sometimiento a través del poder,
pensando en el apadrinamiento que se da en dichos deportes en el país (no está
de más señalar la atmosfera de circo pobre con la que se trata esta disciplina
a nivel nacional, de lo cual el texto da cuenta).

Una de las
partes potenciales que se obliteran en el texto, es cuando este torna a su desarrollo
misceláneo, con pausas que postergan la trama central para dar cuenta de
personajes mediáticos de fama mundial y su participación en la historia del
cine bíblico y su intercambio de cartas en contra del dopping. La carta de Steve Reeves a Arnold Schwarznegger es un
ejemplo ágil de intertextualidad que enriquece el texto. Así como también lo
son los listados de películas bíblicas, y también el detalle de ejercicios a
ejecutar para el trabajo de la musculación. El texto, en dichos apartados, alcanza
otra esfera que pudiera ser trabajada de manera más llana y extensa a ratos,
dándole un salto de perspectiva a la trama local. Saltos digresivos
equivalentes a cambios discretos de perspectiva. Esto no quita que la novela
sea narrativamente valiosa en tanto 
propuesta virulenta que se arriesga en su forma y temática, y propone
mixturas de géneros como manera de dar cuenta de espacios, vida, y reflexiones
en torno al poder. Elementos entrelazados en una reflexión que por lo general
ha sido pudorosa, muchas veces, por considerársele banal, pero que habla de un
espacio clausurado y pasado por alto que el autor abraza y sabe enfrentar. 

Junto con esto es
importante el trabajo que la novela hace en torno a las apariencias, no solo
del aspecto físico, sino de la constante búsqueda de ser otro, de la identidad
como una máscara, y el arribismo implícito de los cuerpos locales por
asemejarse al lustre que ofrecen los signos del espectáculo.




Cristián Cristino (Santiago,1982)

Estudió Arte Dramático en Buenos Aires, Argentina,  y a su regreso a Chile se formó como dramaturgo con maestros como Mauricio Barría, Marco Antonio de la Parra, Juan Radrigán y Carla Zúñiga. Entre sus obras destacan Yucatán, estrenada en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, y Lucecitas en el cielo, estrenada en el Teatro del Puente. El fallo muscular es su primera novela.

 

 

 

 

La urgencia del voto en esta segunda vuelta

La protesta social iniciada el 18 de octubre de 2019, propició la
emergencia del pueblo como multiplicidad cambiante y propuso nuevas formas de
relación social en torno a la producción y puesta en escena pública de
ilimitadas iniciativas artísticas y escriturales. Ese impulso, cuya intensidad
y diversificación promovió una nueva consciencia y densidad de las formas de
vida social, sobrevivió la represión brutal del gobierno de derecha, la
militarización de las calles y los montajes y atentados de los pacos, denunció
la manipulación de la prensa empresarial y planteó un horizonte de perspectivas
inéditas contra la explotación, la opresión sostenida por un sistema de
pensiones de hambre, aparejadas a millonarias ganancias de especulación
bursátil, la privatización de la educación y precarización del sistema educativo
público, y la miseria de la salud estatal; un horizonte opuesto a todo tipo de
discriminación, ya sea de género, identidad sexual, clase o hacia los y las migrantes.

La protesta social instaló espontáneamente, por su propia necesidad de
justicia, la dignidad, la igualdad de derechos y desmercantilización de la vida
de las personas que habitamos este país. Esta contradictadura debió conducir a
la destitución del gobierno de Piñera y a un proceso de radical renovación de
las instituciones estatales, pero la cobardía del congreso que eligió «la
paz» en lugar de la defensa de la causa popular impidió el reemplazo de un
presidente deslegitimado y que atentó contra la vida y libertad de los y las
ciudadanas, avaló el uso impune de la fuerzas represivas, que tuvo como
consecuencia asesinatos, la mutilación sistemática, la tortura y el
encarcelamiento bajo leyes abusivas, entre muchos otros daños cometidos contra
las y los manifestantes.

Es preciso retomar ese horizonte y dinámica de vínculos sociales en torno a
la justicia y la dignidad popular y la única defensa posible para ello es
evitar que la derecha siga gobernando y abusando del poder del Estado. Consideramos
que la presidencia de Boric proveerá un contexto que proteja el proceso
constituyente, lo que a su vez permitirá empujar cambios hacia una sociedad más
plural y equitativa.

Consideramos que abstenerse es elegir por descarte, dejar que las clases
que acaparan el bienestar y los privilegios elijan un gobierno autoritario,
discriminador, injusto y basado en el odio a la libertad de los y las
oprimidas. Hacemos un llamado a no abstenerse, votar por Boric y promover que
las personas que nos rodean voten por él, pues en esos casi ocho millones que
no votaron el 21 de noviembre es donde se juega el futuro gobierno.

Pintar-contar-sonar-imaginar-escuchar-leer-preguntar(me) con/en «Nazca» de Carolina Pezoa

 Por Gilda Luongo

Imagen de la cubierta de Nazca: la fotografía en blanco y negro, un
fragmento de un puente, una punta que mira hacia abajo. Me sitúo en este arriba
para mirar, atisbar. Estoy en el puente. Puedo ir hacia uno de sus extremos,
hacia el otro. Puedo mirar hacia abajo. Un puente deviene un “entre”, zona
fronteriza, multiplica pasos, un paso, más bien hace posible desplazarse sobre
el “entre”. Tal vez me quedo allí. Me sostienen unas vigas que pueden ser de
acero y que tejen unas figuras geométricas. Construcción que quiere ser
moderna, me digo. La ciudad se muestra también a partir de un fragmento que
dibuja parte de una carretera fría que imagino veloz, una camioneta pequeña, de
tono blanco, intenta sumergirse en esa vorágine, se ve solitaria, frágil aun
cuando es un vehículo que se usa para el trabajo, esa producción de capital
dinero en sus desplazamientos; unos árboles que parecen escuálidos, abandonados,
perdidos, repartidos en la ciudad de cemento, en medio de unas construcciones
que no favorecen a los habitantes, ellas circunscriben este fragmento de imagen.
 

El texto se abre desde su título que
pronunciado parece arrojarnos a una zona sonora difícil, no es fácil la
conjunción verbal entre una “z” y una “c”. Más difícil suena el mandato que
imagino desde una voz posible: ‘Nazca usted’, ‘que nazca “algo”’, ‘que nazca
“alguien”’. El verbo nacer se impone como la vida inevitable, lo que empieza a
ser, lo que sale al exterior, lo que irrumpe, lo que estalla, así como la
muerte que sobreviene en el final inevitable. En el subjuntivo cobra mayor
poderío para desplegarse, desplazarse infinita como actividad o suceso posible.
Será, tal vez, este poemario mismo el que incardine este verbo poderoso. Que “Nazca”
esta escritura a la que su autora le tiene cariño. Qué bueno encariñarse con la
escritura que nos cubre imperiosa.
 

Sección “Poema sin atribución y sin
fecha”. Un enunciado, como umbral, subtítulo más bien, me dice el desconcierto que
se encumbra por los aires. Esta escritura que se abre se reconoce como “poema”,
un tipo de creación verbal que se asume y la asumo, con todo lo la densidad que
porta esta materia de lenguaje. Luego la carencia: “sin atribución”, significa
que no hay autoría, me digo; ese lugar complicado para quienes escribimos lo
que podemos, cuando podemos, en circunstancias febles, la mayor parte del
tiempo. No es la autoridad, no, es lo autoral carente. Pero pienso que la
atribución la puede hacer alguien en primera persona, y también alguien más
distante de esta creación, el/la que lee o intenta leer, ese ejercicio, esa
laboriosidad, esa creación. La necesidad de saber de dónde procede esta
creación, quién es su autor/a, quién fue, quién es, quién estará siendo en
algún lugar. Y en paralelo, sostenido por la conjunción, aparece el tiempo,
señalado como “sin fecha”. No puedo situar, entonces desde esta laboriosidad
preñada de preguntas, el tiempo en que fue producido; chronos se escabulle, me
pierdo y pienso, tal vez, en un tiempo otro, “aion”, quizás. Incógnitas,
incertidumbres, incertezas, que rondan esta entrada a la escritura poemática de
esta sección. 
 

El lugar y el  abandono de la palabra. Una palabra como
“partir”. Y el tiempo otra vez no fechado, borroneado por el color blanco y la
lectura en medio del aliento cortado. La actividad de la escritura cuando otros
duermen porque el sueño ha sido desplazado por la escritura (im)posible. Y el
intento por decir en medio de la falta/carne/velo/lazo. Voz que dice/no dice,
porque la palabra tarda/ se retarda, retardada. Sin embargo, y el adversativo,
calza perfecto, hay la voz que no sé. Imagino esa voz audible, inaudible por el
resuello entrecortado tal vez. Hay que imaginar. Y una escena: empieza la
palabra, como intento de relato, me pregunto: “era invierno/ un hambre
distinta/ era audible/”. Quien escucha/habla dice: “Bajé la voz para estar más
cerca”. Susurro, distancia, proximidad, contar el cuento incontable, pintar la
imagen y el sonido de una voz posibles.

Sección “Para un atardecer”. Umbral que
me aproxima a un tiempo del día, esa temporalidad que encerramos en una
cantidad de horas y que sostiene un cotidiano vivir sinuoso, la vida vivible.
El “atardecer” entonces, me pone en un tono, unas pinceladas en claro-oscuro
que cubren la imagen posible. Ese vesperal se me ofrece como un crepúsculo, una
claridad que oscurece, una oscuridad que se ilumina difuminada, algo que
declina y se enciende a la vez de modo circular, inacabable. Y la preposición:
“Para”, movimiento, finalidad, ejecución. Imagino que la escritura se quiere
dedicada a ese claro-oscuro/oscuro/claro inacabable. Así, el texto poético se
abre para asomar en dos palabras que en escritura de carro, como la de lxs
niñes, altera lo que se dice, lo que se quiere “contar” sin contar la historia,
sino decir, de a poquito, el instante: “DITÚ”. Esa apelación, mandato bajito, y
el cuento cae en el silencio interrumpido por un “ruido” posible. No es sonido,
es ruido que se siente como látigo: el mar posible. Pero tal vez no es el mar
porque es gracias a la vivencia oblicua que se llega a él, se llega  o no se llega por las almendras.  Y no puede decir lo que era, en verdad, pero sí
puede escribir tanteando: “Había mar, playa/ inmensidad”; “cerrar los ojos
apacigua/, pero no”. Sonido, (in)quietud y crepúsculo. Y el intento continua,
el balbuceo tentativo cruzado por la mudez, entre la vida/muerte, esas cosas
olvidadas: “flor-piedra-río”. Perseverar en el intento, me digo por la
escritura misma, por esta escritura que quiere decir sin decir. Un instante que
se pliega en las palabras pegadas como pegamento, lo pegajoso; palabras que la
memoria parece empujar, “aprendiendo de memoria”, le dice, se dice el “DITÚ”,
antes del borramiento de todo. Y una imagen con tiempo, con hora: estar en un
ángulo de la ventana para mirar justo en un momento, a las seis de la tarde, cómo
el sol “se irá escondiendo”. Nada más que pincel. “Para un atardecer”, me digo:
ver el claroscuro, más oscuro, más claro: “Jamás vi tal redoblado horizonte
llegar a la noche”.
 

Sección “Aún”. Pienso en el tiempo que
se demora, lo que permanece, lo que dura, perdura; una palabra pequeña, llena
de posibilidades, llena de vocales y llena de adverbio que pulsa como
introducción a la escritura del poema. Y el “destello” para “ver”. Inevitablemente,
los ojos perciben y parecen multiplicarse en el intento ocularcéntrico de quedar
atado a esa visión que deslumbra como una predicción: “lo que aún no se ve/se
verá de un solo golpe”.  Y como un golpe
las imágenes se suceden: los árboles y sus círculos hacia adentro, los sonidos
de los versos, esos tonos: sonante, lento, sereno; y los tonos de pinceles: el
alba y la noche; y los tonos otra vez porque la voz es lo que aparece en el
recuerdo como articulándolo todo. En el decir de a dos, un habla que parece
tener escucha ahora, da lugar a lo que no hablará: “No, no te hablaré de amor”,
pero no se trata de hablar de “algo”, se trata de dejar que las palabras caigan
en una especie de rito que nombra lo que acontece, lo que acaece, lo que sucede,
lo que se ve: “oscurecida a veces”, en “el ardor en la lengua”, “los ojos no
son más que panales”, “junto al temblor de la mañana”, “el agua dónde”, “se
quebró/caí, caí”, “danza/no por nada es caída”.

Sección “Nazca”. Apartado que da nombre
al libro. Algo que se nombra sin ser nombrado aparece entre letras, sueños,
giros, enunciados que niegan lo que afirman. Y las palabras interminables. Una
cursiva parece aludir a una cita del poeta de Rocka, que se nombra en su
materialidad autorial: “Soy gesto, soy
violencia soy
/mundo”. Y las
palabras mudas que parecen multiplicarse, la mudez y su sonido profundo, sin
embargo: “zonagris”, “estrechadura”, “hundidos”, “salvados”. De qué se trata, con
esos sonidos, algo que nace y cómo, desde dónde, me pregunto. Y la guerra y la
paz, entrar o no entrar en ellas como territorios posibles de lo humano
imposible. Imagino ese “arder, arder, arder” del fuego deseado en la calle,
pero no hay escenas, no hay imágenes, solo palabras que parecen explotar como
“El verde de los pacos” y ese color como pincelada multiplicado hasta García
Lorca, “verde que te quiero verde”, así el color es otro tono, más bien es otra
explosión. Y la datación, un día 26 y una calle, la calle de Celan, que nos
lleva a otro espacio poético, ¿en guerra?, ¿en paz?, me pregunto y qué guerra,
qué paz. El corazón en esa calle palpita como camino rasposo, pedregoso, lo que
cuesta oír en ese pálpito, la primera línea: sus capuchas, sus escudos, sus
estrategias, sus torsos desnudos, su sudor, su dolor, su periferia, su
abandono, su precariedad, su fragilidad en medio de la furia de la guerra, cuál
guerra, entramos o no a la guerra, ¿una guerra florida? Y la calle ahora es la
protesta, una ella camina la calle en protesta, una ella, recoge latas, pero
también su verba dice: “pura lucha/pura lucha”. Otra vez la paz en hojas
blancas que la “firman” y “afirman”. ¿Es que la paz se firma y se afirma, me
pregunto, cuándo, dónde, quiénes? Tiempo “irremediable”. No hay remedio porque
hay enfermedad. Pienso otra vez lo que no tiene remedio. El hogar de los
cuerpos ¿enfermos? Aparece dicha como zona de sacrificio, y me digo lxs cuerpos/cuerpas
multiplicadas desde siempre en estos territorios famélicos, hambreados,
expoliados. Pero la mudez se impone en su exceso, dice el poema. La imagen que
se despliega en la noche se escamotea, se mezquina y no hay tiempo para tocarse
siquiera: “demasiado tarde”, “Nada deshace la bruma”, “hoy, no va a poder ser”.
Pura negatividad desplegada entre los cuerpos en movimiento: un “Nosotros” que
se ensancha porque es colectivo, es multitud, es muchedumbre, me digo. Y la
calle asalta con sus muros, no mudos, vociferantes a boca llena de una vez:
“paco jalero/ evade/1312” “chile despertará cuando muera el patriarcado”. Está
más vivito que nunca, me digo, sospechosa, chile sigue dormido, como princesa
de sueño, esperando su príncipe azul. Pero nada más importa que decir que con  un golpe de dados no se abolirá el azar, todo
pensamiento no es más que un golpe de dados, una jugada maestra entre tonos,
silencios, mudeces, palabras posibles en el despliegue, en la página, lo que
“nazca”, poemas  en ciernes, me digo,
miles de poemas en ciernes en miles de territorios ardorosos.

Sección “Tara”, una palabra pequeña, que
abre un peso, o una seña de defecto, fallo, una mancha, huella defectuosa. Y la
entrada al texto abre una pregunta indirecta a un tú, “DITÚ”, pienso otra vez:
“A qué venir así”. Un modo, imagino, ¿in-humano? De otra especie, tal vez, una
flora, un animal diferente, la proliferación de diferencias

; “A qué venir así” deviene una trama,
un tejido, un punto de tantos puntos posibles, hecho con ganchillo de palabras,
silencios, espacios en blanco, suspensos largos, temblores. “Escribo, escribo
el viento entre la piedra y la sal”, “huella trazada”, “llama en el suelo”, “puntos
de agua”.
 

Sección “Data”. Leo como si lugar y
tiempo se dieran cita para que algo ocurra o para delimitar la ocurrencia de un
evento, ¿un florecer?, ¿un enrojecer?: dice: “qué horizonte-tiempo”, y luego, “era
Santiago 2020”. Y la hora, a la hora y la cita en alemán de un poema de Celan
que alude a la pregunta por cuándo van a florecer, a enrojecer las rosas de
septiembre. Y el juego con la cita que habla, susurra una laboriosidad con el
lenguaje poético, con los tiempos y sus tonos: “collage y/o montaje y/o”. Un
espacio como laberinto, pienso, conexiones posibles de espacios multiplicados:
puerta, zaguán, escalera, vestíbulo, pasillo, puerta… dentro y fuera del texto,
tal vez más dentro y “dtdos”, la palabra “datados” contracturada como escritura
de mensaje de texto que circula en redes sociales, para ahorrar tiempo y lugar,
de la datación, me digo, el principio, el final. Y la mentira jugando con la
realidad, la prevalencia de la mentira en esa línea del poema y en estas líneas
y la duda del quizás, quién sabe, quién sabe era mentira lo acaecido brumoso. Una
escena borroneada de un verano de algún tiempo, década del 40 como señal,
conocerse, hallarse, encontrarse, estarse “entre retazos de suspiros”, nada más
que esos hálitos, aspiraciones y espiraciones posibles de tristeza, ansia,
deseo. “Quien está aquí ya es otrx”. Y el tiempo que pasa, repasa: “Marzo,
abril, mayo, etc., ¿volveremos a encontrarnos?” La calle, ruidos, luces,  lo borroso, lo borroneado, “lo confuso,
ilegible”. Y los ojos táctiles, sostén de la memoria, “queda algo de piel”.
 

Sección “Arum, arum”. Una presencia
“niñx” se abre como si fuera un hallazgo a los ojos, es su lectura una sorpresa
abismal, tal vez por la posibilidad de ser ¿desorbitadx? Perder, caer, dos
verbos que se desplazan en el espacio poético y hacen caer las letras, las
palabras que indeterminadas se tropiezan y fracturan, caer y caer desde la i
latina, solita, hasta perder las palabras su conexión conectada, desconectada,
parece que el/un/la cuerpo/cuerpa misma cayera hasta “el raspar del suelo”,
hasta “las heridas de madre”. No hay dolor que se diga ligero, liviano en las
palabras correctas, las puras, las inteligibles, entonces estallan en sus
grafías dislocadas, las palabras y sus cargas sonoras, áfonas, dislálicas,
ininteligibles: “Habrías medido cuerpo, corazona i ciela/?”, “suenfermeda”. Cierra-abre los ojos, oye:

“(…)lalú

(…)con lasúltimas tonadas

(¿oyes?): “cama y tierra”, “lalilá”

Y el movimiento, el conteo de los segundos,
la tierra y lo alto, alto, la tumba en lo profundo y la imagen del final que
vuelve, re-vuelve: “niñx torna, dale/levante”.

 

Santiago centro.

Agosto – septiembre 2021

*presentación publicada originalmente en La raza cómica 


Acerca de «Nazca». Una carta de Soledad Fariña

El siguiente texto es una lectura-diálogo que la poeta Soledad Fariña entabla con el poemario Nazca, de Carolina Pezoa, en el marco del lanzamiento de su libro el próximo sábado 23 de octubre, en Santiago de Chile. 

  
                                                                                                                                                                      


Querida Carolina Pezoa,

 

 

Estoy
acercándome a este Nazca, leyendo-escribiendo intentando adivinar las frases,
música, ideas o preguntas que dejaste ocultas en el blanco entre las palabras escritas,
las tachadas, las inconclusas, las líneas                 ———————–    

 

lalilá la

 

 

Sin atribución y
sin fecha, 
aun
así se deja leer, dices, pero me pregunto

las palabras imaginan? en qué tiempo? a mitad del aliento?

Y qué dice esa voz? Esa voz no dice,  dices.

                     

                    Pero la voz accede,
entra a escena, al drama de la palabra,

                    a su oposición
negro/blanco, (letra negra esculpida en el blanco)

 

Atardece y escuchamos el mar -el ruido- bajas la voz, el sonido y
cuentas, en el tiempo, el no-contar

¿Cambias el devenir por el fulgor
del instante?

Mirar, hablar, escribir,  me dices.

También haber:   haber ojos haber inmensidad  haber nada.

                        Cerrar los ojos
apacigua, dices, pero no.

 

Algo habría que cambiar. Qué palabras  qué tiempo.

Alguien dice Nada y gana tiempo, dices

 

Pero Aún, ¿la
palabra aún es tiempo detenido?

                        El zumbido dice
viaje,

                        El viaje también es
tiempo, es espacio-digo

 

¿Cruzar a Nada? ¿Cruzar a Tara?

 

Me pregunto cómo hablan el animal
y tú

UNO y OTRA

 

En caricia en tardanza, dices –tardanza es tiempo lento-
el tono

La palabra se deja leer el tono no se deja leer

            el
tono, el tono es lo primero

               no importa con qué
cubrir el tono

               Con hojas? Con viento? Con
tiempo?

 

Preocuparse del tiempo. ¿Pero después de qué?

No te va a hablar de amor    El
tiempo te hablará 

Venir y partir

Alguien está y se ha ido, dices         

Aparece la nada y el nadie ¿se pertenecen?

 

Algo acontece: llueve         

                        Hay cuenco, hay
agua, caída,

                        Piedra, golpe:
palabras

 

Hay huellas     ¿o
la palabra huellas?

¿Quién va a nacer

o quiere que alguien NAZCA?

 

La impotencia del NO        Conflicto
de las letras-palabras, dices

Noche –alba-noche             Tocalumbrarpalabras, dices

 

¿Puede arborecer la piedra?

¿Pueden los árboles crecer en remolinos hacia adentro?

 

las palabras mudas no dicen, no hablan

te pregunto ¿tampoco piensan?

 

Los cuerpos

 

            Zona de sacrificio

                                    Muda la imagen

Excede mudez           

                       

Data                Arum Arum

 

 

Venir al fuego, dices

Tu deseo es el sol?

 

De las Líneas  ¿Escuchas la Primera?

 

Su oído           Su enfermedá?

 

            La lálilá?



La herencia y la memoria como ficción. En torno a «Preguntas al sur de la fantasía», de Wenuan Escalona

 

Por Clara Quero Flores y Cristina Bravo Montecinos

Al ingresar a Preguntas al sur de la fantasía, de Wenuan
Escalona parecemos iniciar un viaje. En este, aparentemente nos trasladamos al
sur, sin embargo, a poco recorrer, descubrimos que algo incomoda. Y es que el
hablante sospecha permanentemente sobre aquello que instaura una identidad
hegemónica. El sur, aparece aquí como un lugar cargado de signos que se abren y por lo tanto, cuestionan la experiencia del yo y el lugar del yo. El
sur, espacio geográfico y cultural tantas veces nombrado y definido por las
ciencias sociales, se desplaza hacia diversos sures.

“Te cansó la
palabra territorio. Te agotó la palabra ciudad.

El terruño
es insufrible, no lo digas.

No más
comarcas, no más provincias, no más frontera,

ni el
siútico far west, sin antes abordar tu decadencia”.

La descripción del territorio es
la sospecha y la intención de la palabra es el recuerdo. En esa duda se
construye el “sur de fantasía”.

En un gesto metaléptico, este
hablante que se nombra a sí mismo Wenuan expresa el dolor de la escritura en el
que la infancia es un viaje iniciático. Se revela la fantasía como palabra,
imagen y experiencia. En este recorrido, aparecen referencias poéticas,
mitológicas y cinematográficas como guiños de un imaginario que no se detiene y
proyecta una “historia sin fin”. Es el ojo del niño que descubre su propio
territorio, no aquel que le fue asignado por tradiciones oficialistas.

“Te formaste en palabras como: exclusión,
violencia, opresor

y sí, la
carne te enseñó que sí, lo creíste, niño, estudiante, padre,

lamgen,
peñi, compañero, y cerraste filas. Te comprometiste

con ese
mundo que bullía en el hogar

en la
familia lejana que por primera vez aparecía

en el sonar
de tu pasión. Y luego vinieron los poemas

bellos
poemas como tablas para armar puentes al ayer del apellido”.

 

Descubre que en los rituales hay
fantasía y en ella está la palabra. En el ejercicio de conformación del yo,
devela los diversos referentes masculinos que acompañan su viaje. El hablante
Wenuan, comparte, al igual que el autor, el apellido paterno, este gesto expresa
uno de los aspectos más significativos en torno a sus referentes identitarios, la
validación de su herencia mapuche como dadora de sentido.

“La casa de
tu padre fue la corriente, Wenuan, la maniobra

entre los
icebergs del afecto, la fuga perenne como un ojo

que ve las
cadenas de la siembra.

Tú heredaste
esa renuncia

tú defiendes
ese hogar a la intemperie”.

 

Sin embargo, esta elección por la corriente paterna, no deja de
instalar nuevamente sospechas sobre el ejercicio de la escritura. Wenuan cuestiona
su condición de poeta, como también su calidad de agente cultural en la descripción
de su ancestralidad. Sostiene que la memoria es “reunión de ficciones, ética
omnipresente” donde la herencia no es garantía de continuidad del gran relato histórico
y literario del Wallmapu ni de ningún territorio, puesto que, la fantasía nos
sostiene, no así, las historias oficiales que no reconocen las diferencias.

 

“¿Qué es tu
militancia con la sangre

tus saltos
en el tiempo, Wenuan?”

Wenuan Escalona (Temuco, 1977)

Poeta y fotógrafo mapuche. Becario fundación Pablo Neruda, expositor en la Segunda Bienal de Arte Indígena, ganador beca de creación literaria del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes. Ha publicado los libros de poesía “Romería” (2010), “El Mapa Roto”(2014) y «Preguntas al sur de fantasía» (2021). Antologado en diversas publicaciones nacionales e internacionales, entre las que destacan: revista “Anales de la Universidad de Chile”; “Katatay” Revista Crítica de literatura latinoamericana; Antología bilingüe de poesía contemporánea “El Fuego que Somos”, Editorial Abordo, Francia; y Antología de Poesía Chilena, Mago Editores (2018), entre otros. Actualmente reside en Concepción, donde se desempeña como Artista Educador del Programa Acciona.

 

GLITCH – Poemas de Rodrigo Ortega

 ¿Con qué voz? – escribir
con la mirada que a ratos espejea el estado de un cuerpo que en tanto se
descuerpa se presenta en forma de luz,
corriente o río.
Así se parte en GLITCH, mientras algo, alguien murmura contando
lo que recuerda de sí, de tú, de otro/s. Aquí apego y desapego emergen como la
posibilidad de mover la escritura que configura su propio paisaje; a veces en
versos cortos y otras en versos largos – pregunta al margen, en trama – las
VIII partidas de Glitch acaso no fueran, no solo, la
insistencia de una cuenta que jamás detuvo su regreso.

 

I

 

Te
observo
mientras
me presento ante ti
en forma
de luz o de corriente o de río,
siento cómo presionas las muelas en las teclas.

Pareces
triste pero tus ojos espejean
palpitan
las imágenes
pero
aquí dentro
hay una
enorme detención.
 

Floto
me
descuerpo en datos luz
tantas
letras que se imprimen en mí mientras escribes.

 

¿te causa molestias
esa apelación?

 

Casi siempre me mantengo en silencio.

La mayoría del tiempo miro tu rostro
baboso y estupefacto
frente a la contingencia nacional.

Me gusta cuando evoco sucesos
y te chupas los labios por una emoción
que no logro distinguir.

A veces lloras y escribes sobre mí
la palabra “vergüenza” y la palabra “desidia”
pero eso no lo haces público
bajo ninguna circunstancia.

                                                ¿con qué voz?

A pesar de que somos
no podremos invitarnos
bajo ninguna circunstancia.


¿Cómo voy a escribir yo después de esta intrusión?

II

 

Así no
se hace nunca el presente;
En este
estado de laxitud
no es
posible ni un gramo de territorio.

Ni en la
tierra ni en el mar.

Ni en la
cordillera.

En
ningún espacio me ubico,
me
deshago si no abren la puerta.

Entonces
la cama
se hace
barco o árbol muy alto
sobre
nubes y vientos

lloras
abrazando los bordes
sientes
la gravedad

recuerdas
el primer beso
y la primera saliva,
el olor
de las manos
contando
que ahí se hacía la noche en el cuerpo.


III



¿Cuál es la copia feliz?

En tu
cara las lágrimas se hacen humo
y se
estiran hasta el cielo como un paraguas que no te defiende.

Pero al
menos tu cuerpo hace agua
y se
duele
e
irradia calor.

IV




Es así, a veces nos asalta la incertidumbre y no hay nada
que hacer salvo entregarse entero al tiempo. Porque ninguna cuerda sostiene al
infinito. Porque las flechas se curvan en algún momento y se arrojan a ras de
suelo para jugar a ser culebras. Siete veces herido sobre el pavimento, es así.
El ciervo de pronto será mutilado por una micro sin frenos, así será. Porque no
se puede levantar ni la tierra ni mi cuerpo doliente con las manos, ni con
grúas ni poleas ni la fuerza de todos los hombres. Mira cómo quedaron mis uñas
la última vez que me arrojaron al origen para besarme: abiertas, entregando
incluso el último trago de saliva antes de la flecha y de la sed.

V

 

Cada
acervo de luz
que digito
me lleva dentro

VI

 

Aferrarse
como un tronco
al
cuerpo
en cada río que disipa al lenguaje.

Siempre
es ajena la lengua
que reposa
nunca
callan frecuencias.

Has
venido a ver el espectáculo
porque
tu mirada es ubicua: está siempre que te abro.

Aunque
parezca que te enredas solo sudo
y hago brillar mi cuerpo usando el agua

y
consigo que te reflejes también
y que te
enfermes de refracción
y que te
excuses diciendo
que no eres solo luz
sino también corriente
que
cruza
la
ciudad.

 

VII

 

Hay días
en que amanezco y veo luz en el patio.

Observo
mis manos sucias
limpiarse
en el agua de las tazas
acumuladas
en el velador.

Miro
cómo se trenzan los dedos
mientras
flotan las esporas de los hongos.

Me
puedes ver volando a contraluz,
no
podría tocarte así
sin que
trinen murallas.

En el
espejo se duplican ambas abyecciones
cuatro
ojos desarmando la mugre del jabón en el vidrio.

Siento
que he llegado al borde del agotamiento.

A nadie
le duele verme asido de espaldas al techo
donde no
hieren sus marcas a nadie.

Permanezco
cerca de la luz
para que
se proyecten las sombras de las costras
como un
teatro japonés.

De una u
otra forma he de morir
mis
piernas parecen cortinas que se corren
para
mostrar una pieza vacía.

Ningún
mueble donde depositar los objetos,
ni
polvo, ni un poquito de tiempo siquiera.

Ninguna
repisa donde colgar las fotos
que
tomarán en el hospital
un par
de años después
cuando
la comida sea escasa o de plástico.

Bípedo
permanezco
como
serpiente asustada.

Nadie
entiende el fraseo de la serpiente.

Las
serpientes se acurrucan
para que
no se pueda desfondar su centro.

Su
centro son varios círculos yuxtapuestos
enmarcados
en el frío.

Mírame
culebrear por las baldosas
dime si
te compadeces de mis geometrías.

Algunos
se marean con estas formas.

A mí me
da pena verme al espejo,
sacando
la lengua de manera tan agitada
como si
el aire de pronto se pusiera tosco conmigo,
como los
doctores, dentro de unos años,
cuando
se aburran de recibirme en las esperas,
y
comenten entre ellos la rutinaria aparición
de mi
zigzagueo constante entre las sillas de la consulta.

 

VIII

 

la
cuenta regresiva
jamás
detuvo su regreso

estaba quieta esperando
desplazarse

simula
paredes

 

 

 

Rodrigo Ortega: Licenciado en
lengua y literatura hispánica y Profesor de lenguaje y comunicación por la
Universidad de Chile. Ha publicado Salibario (2011) y Desagüe (2013) en
Editorial Moda y Pueblo, Gorriones (Autoedición 2020), entre otras
publicaciones. Ha trabajado en distintas revistas relacionadas con la crítica
cultural.