Identidad y recursos del poema: muestra de un taller




El sentido común es una banda militar
En todas las Plazas de Armas del Mundo
Rosamel del Valle

 

Por Simón Villalobos

Domina como criterio de la selección y valoración de la literatura la identificación de ideas rotuladas, una serie de postulados que forman parte de posiciones en pugna o la apariencia de una actividad reflexiva y política, puesta en juego en redes sociales y medios masivos como simuladas concreciones del espacio público. Poemas y relatos son entonces señalados como mensajes que participan de procesos de transformación de las relaciones sociales, imágenes convergentes con modelos ya digeridos, frecuentemente banalizados, que describen el destino de esos vínculos y formas. Esta adecuación a matrices de sentido determinadas no deja de ser un facilismo, una evaluación superficial y eficiente de los énfasis culturales en boga y una estrategia de comprensión que olvida, en primer lugar, que uno de los coeficientes o capacidades críticas de la representación literaria es justamente el desmembramiento y oposición, la sospecha e incomodidad con respecto a los marcos discursivos que comenzamos a aceptar como ciertos. En este sentido, considero relevante insistir en la apreciación de escrituras que sitúen una excepción, una mirada que indague más allá de las identidades o posiciones de un campo cultural determinado. Sostener estas diferencias como sustrato de una propuesta escritural –en las ciencias y las artes y tal vez también en la tecnología- marca la diferencia entre una inteligencia solamente disciplinar y la integración de la vida (social por antonomasia) al conocimiento, mediante el desarrollo de problemas cuya intensidad nos interrogue y genere propuestas dialogantes, bajo el entendido de que la escritura constituye una conversación en suspenso, pero no por ello aparte de las dinámicas de producción social.

En segundo lugar, la identificación de lo común como aquello que orbita y regresa, desatiende el despliegue de las obras a partir de su resistencia perceptiva, pues se contenta en el realismo ingenuo de un tiempo y un espacio reconocido en que cierta anécdota, hecho o imagen adorna lo que ya sabíamos. Es decir, olvida la densidad del lenguaje y el error predominante en las formas de síntesis, comprensión y comunicación que nos rodea, cuyo exceso alimentamos a diario. La literatura como forcejeo no jerarquizado del habla, visualidad, redes y medios masivos, consignas, tradiciones escriturales y experiencia vital me parece un núcleo omitido por las estrategias críticas que abordan lo literario –insisto- como si esa dimensión crítica consistiera en una serie de ideas que establecer, una serie de conexiones entre el exterior social (que nombrado de este modo debiera sugerir una intensa indagación en lugar de una certeza) y el interior de la obra, esa clase de fantasía que aparta, especializa una lengua para cada espacio, desestimando la extensión de los lenguajes como un entramado no leído aún o no –nunca- completamente.

Si, a partir de algunas objeciones u oposiciones, destaco estos dos núcleos de valoración – puntos de vista heterogéneos y espesor del lenguaje- es porque dichas propuestas son los antecedentes sobre los que intenté guiar, durante el 2020, el taller integrado por las y los escritores cuya selección de poemas presento; y porque situarlos en este contexto problemático permite destacar el carácter disruptivo de sus escritos, los cúmulos recursivos que discuten, se transforman o anexan a tradiciones y géneros, testimonios y viajes, cuya mixtura tensa horizontalmente las imágenes, las recorta, oscurece o acelera.  

Desde esta perspectiva, la escritura poética monta la escena de una serie de acciones sobre una materia cuya pertenencia no está obligada a determinar. En su lugar, el tipo y cantidad de actos posibles son consecuencia de la afinación y variación de los recursos que se descubren como modos de pensamiento elegidos por afinidades de lectura o que han sido extrapolados al poema desde otras artes representacionales, conjeturando el alcance y la propiedad de un género. El modo de aparecer y de actuar del poema discurre en duraciones y límites, cadencias, ritmos, texturas, fracturas, citas, máscaras y giros de la mirada, la voz o el personaje, marcos y esquemas visuales, diseños cuyo impulso o consciente artificialidad no se limita a decir algo, sino que pone en juego los metabolismos que consecuencian su objeto.   

Es en este sentido que la identidad –con que titulé el taller y a este texto- me parece una noción inestable, infinita e irónica, finalmente; salvo que se refiera a la ejecución del verso o la prosa, la insistencia en algunos timbres o cadenas percusivas o las continuidades de la imagen o ciertos parámetros de interrupción que apuntan al origen disímil de los elementos, su falta total de origen, su arraigo emotivo u otras operaciones textuales. En tiempos en que el periodismo y la academia, superficialmente unidos, parecen afanarse en seguir paladeando la inercia del sentido común, la correspondencia a una pauta o repertorio de nombres y adjetivos reiterados como valoración literaria y reflexión política, acentuar la densidad representacional como fuente dinamizadora del pensamiento apela por estrategias que atiendan los niveles y matices con que la literatura, particularmente la poesía, analiza y altera un estado del lenguaje, propone -o contrapone a las figuraciones circundantes- otras perspectivas y experiencias de un tiempo que promete reunirse como época, desconcierto, conflicto de innumerables puntas o ramas o piedras.

Poetas integrantes del taller 

Naya J.

Benjamín Salas

Kryzia Villada