Qué tipo de amor sería el que se puede explicar: 5 Poemas de «Espacios en blanco», de Luz María Astudillo

Espacios en blanco

 

 



 

Cuando le quise hablar de lo nuestro pensé
que lo mejor sería explicárselo como si nuestra relación fuese un animal: se
extinguen, enferman, son asesinados por los seres humanos, se pierden, escapan,
son hermosos pero incluso a veces es necesario ponerles una inyección para que
dejen de sufrir

 

*

 

Un león hace amistad con su cuidador.
Establecen una relación similar a la que el león debiese tener con sus pares.
Todo es menos malo que tú. El cuidador se da cuenta de esto y a pesar de no
saber qué reacción tendrá el león, y de las aprensiones propias de alguien que
se preocupa de otro, decide que lo mejor para su amigo felino es compartir un
hábitat con dos leonas. Competimos por cuál egoísmo es más grande al momento de
soltar, siempre empatamos. El león pasa dos semanas con sus potenciales nuevas
amigas, no se llevan bien pero tampoco hay conflicto, simplemente se ignoran.
El cuidador visita a su amigo y la alegría y el afecto regresan en ese
instante. Qué tipo de amor sería el que se puede explicar.

 

*

 

En vano buscaste en el comportamiento de
los animales el nuestro, como para poder explicar el fracaso. Nuestros cuerpos
son felices cuando escapan de la definición de cuerpos y solo el instinto
existe hasta el momento en que dejamos instalar una palabra.

 

*

 

Dos animales pueden compartir una jaula y
sin embargo ser ajenos durante toda su vida. Cada noche, en una pieza casi sin
iluminación, comprendí esa ajenidad como finalmente la única manera en que dos
cuerpos puedan entenderse. El horror siempre está en lo que logramos conocer.

 

*

 

Un perro cien veces pateado es un perro
que cien veces vuelve. No tengas hijos
ten perros
, algunos lazos de sangre pocas veces significan y es fácil
confundir familia con hartazgo, hogar con una cárcel y el jardín con un lugar
repleto de trampas que nos harán caer. El silencio es la mejor estrategia para
sobrevivir. Alguien se apura en preparar una ofensiva hablándonos de amor.

 

 

Espacios en blanco

 

 
La calabaza del Diablo
 
2021

 

Luz María Astudillo (Santiago, 1981)

Poeta, Licenciada en literatura. Ha
publicado Cajita americana (Cuneta,
2012), Litoral (Cuadro de Tiza, 2014)
y Espacios en blanco (La Calabaza del
Diablo, 2021).

«Nazca», la suspensión de la certeza

Por Miguel Hernández Zambrano

Al comenzar la lectura de Nazca (Traza Editora, 2021), de Carolina Pezoa, lo primero que se hace notar es la cautela frente al lenguaje («qué dice esa voz / no dice // la palabra / tarda»), que luego da paso a la insistencia de la mirada: «Al no poder decir qué era yo / recordé las cosas que había mirado», «Miré la mar hasta la nada y escribí», «Concentrar en los ojos lo que pasa» o «lo que aún no se ve / se verá de un solo golpe».

La sospecha respecto al lenguaje pasa por su tardanza, porque imagina partir o porque hay una voz que no dice, como leemos en distintos poemas. Y en la medida en que las palabras están bajo sospecha, la mirada parece ganar espacio en el texto; los poemas dan cuenta de algo que se ve.

Este recorrido que va del lenguaje a la mirada podría desembocar en una pura visualidad y llevar a la disolución del poema («El poema es el arte de decir lo que solamente se puede decir», dice Mario Montalbetti) si no fuera por otra característica que recorre el libro: la discontinuidad.

El poemario está compuesto por siete secciones y cada una parece interrumpir la siguiente en la forma de proponer el poema.

En «Nazca», la sección que da título al libro, lo contingente entra al poema. Es otro el tono que se lee: «Parece no basta oponer un no / estamos en guerra / no estamos», «Vivimos un ahora irremediable o «cuánto cuesta / oír — la primera línea».

La voz se despliega desde un lugar distinto, uno que parece clausurar el lenguaje desde la certeza. Sin embargo, la sección siguiente, «Tara», viene a restituir la incertidumbre del poema: «A qué venir así, del parto / frenesí //    es    que no hay eternidad / ——————hilo rojo, hilo negro», «Escribo. Escribo el viento entre la piedra y la sal / mi deseo  es  el sol». La cristalización de la consigna se quiebra en el poema cuando el lenguaje se niega y se contradice. Y esto es llevado aún más lejos en la sección que cierra el libro, «Arum, arum», donde las estrategias lingüísticas del contexto ingresan al poema, pero de manera exacerbada, removiendo de esa forma el vocabulario del que echa mano y manteniendo la lectura finalmente abierta.

En estas discontinuidades reside la potencia de este libro. Si entendemos el título como el modo subjuntivo del verbo nacer, tendremos entonces el deseo de que algo nuevo emerja, de que algo nazca, y como deseo que es, llega para interrumpir la frase fácil de la certeza y dejar el espacio para que el lenguaje despliegue toda su inestabilidad.

 

Miguel Hernández Zambrano  (Maracaibo, 1983). Licenciado en Letras por la Universidad del Zulia (2007) y M.F.A. in Creative Writing in Spanish por la New York University (2017). Ha publicado Antología del descapotable (Maracaibo, 2006), la plaquette de poesía Cotidiano (Buenos Aires, 2010), Un decir errado (mención especial del I Concurso Nacional de Poesía Delia Rengifo. Caracas, 2011) y ¡Oh, lorem ipsum!, poemario ganador del IV Concurso Nacional de Poesía (2013) de la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello. Es coeditor de la revista Espacio Fronterizo.

Algunas ideas sobre «Cantera de áridos» de Álvaro García

Por Jonnathan Opazo

Para los que
vivimos en el Maule, las empresas de áridos se han transformado en pequeñas
depredadoras del paisaje. Horadan las orillas de los ríos hasta deformarlas y
aceleran los procesos de erosión natural. Que el resultado de su trabajo sea el
material con que nuestras ciudades crecen al pulso de las inmobiliarias solo
viene a constatar que son otro eslabón en la cadena del daño neoliberal.

A propósito de
esto hago mía una idea que leí en el prólogo de
Valparaíso y sus metáforas de Jorge Polanco: las escrituras
poéticas de la posdictadura encarnarían una suerte de heterotopía respecto a
los discursos triunfalistas en los que se sostiene el modelo.
Cantera de áridos no es una excepción.
Los quince poemas que componen esta publicación parecen trazar una forma de
experiencia donde una cierta cotidianeidad —un viaje en micro, el encuentro con
un ulmo, la conciencia del cuerpo donde «se endeudan los huesos en las alturas
del hombro»— es el resorte de la escritura.

A excepción de
uno —«Petición a un muro de trenzas mordidas»—, los poemas que García disemina
en este conjunto no están titulados. Intuimos entonces que funcionan como las
piedras de esta cantera de pequeñas epifanías. En general, nos encontramos con
versos breves que ilustran momentos donde lo no dicho parece vibrar a su
particular manera. Leeré un fragmento para ejemplificar:

Vienes de tan lejos
a morir sin esquivar mis manos.
 


Vienes


a darme trabajo


Y levantarme de la silla


cortar tu aleteo, que te detengas


Golpeo tu trayectoria, la radio


dispara un comercial

El cadáver de los extranjeros en mi comedor.
 
Una mosca, un
sanjuán o un zancudo irrumpe, extranjero en el poema que acá se nos aparece
como un espacio doméstico cerrado. Un pequeño cosmos, primigenio, para recordar
una expresión de Bachelard sobre el hogar. Podríamos además forzar un poco más la
lectura, a riesgo de pecar de exégeta de lo imposible u observador de señales
donde no las hay. Quizás, García está jugueteando con cierto registro de habla
que ha ganado fuerza en la discusión pública —el discurso antimigrantes con el
que hacen nata nuestros fascistas locales. El poema se lo permite. Si nos
detenemos en el primer y último verso parece más bien un apunte lateral sobre
la época: «Vienes de tan lejos / El cadáver de los extranjeros en mi comedor». Cadáveres
que irrumpen en el espacio doméstico y lo vuelven extraño. La mosca, el
sanjuán, el zancudo, la tijereta: aquello que el poema deja innominado y lo
vuelve todavía más inquietante.
 
Hay que recordar
la reflexión de Freud sobre el
unheimlich:
lo siniestro, geométricamente opuesto a lo hogareño-familiar. Incomoda su
presencia, pero también en calidad de muerto: el cadáver queda allí. El poema
no nos dice si es retirado. Solo enuncia la escena de un momento particular: el
corte del aleteo, la detención de eso otro que interrumpe.
 
Todo esto me
lleva además al recuerdo de una conversación con mi amigo Claudio Maldonado. Su
escena favorita de
El exorcista de
William Friedkin —espero mi memoria no me falle— es cuando, luego de luchar
contra el demonio que posee a la pequeña Regan, una breve tregua nos avisa que
tenemos un hiato para descansar del terror sobrenatural. En ese momento, en una
jugada que a mi amigo le parece magistral y a mí, ahora, también, Friedkin
realiza un primer plano a una mosca que reposa en el techo de la pieza. Para
los hebreos,
Baal Zebubes el Señor de
las Moscas. La asimilación occidental cristiana tiene a Belcebú —adaptación del
término hebreo— por demonio. Acierto cinematográfico de Friedkin: el diablo no
se ha ido del cuarto, solo ha asumido una de sus tantas formas.
 
Poema
—entonces—sobre límites y fronteras, sobre pequeños cosmos alterados por
presencias ajenas.
Cantera de áridos hace
de la extrañeza un modo de enunciar la experiencia y darle forma. Veamos otros
versos:
 
Me quedé adorando los cartones grandes

 

de refrigeradores y cocinas nuevas

 

Voy calle abajo
los relojes avanzan formados

 

hacia mis riñones
busco a cima
me sumo al contagio y al hambre.
Si el poema se
encuentra en un lugar anterior, prearracional, con respecto al matema —esto lo
estoy tomando prestado de Montalbetti—, García se sirve de esa suerte de
momento intuitivo del pensamiento para dar cuenta del mundo. Se queda mirando
los cartones en vez de los objetos que guardan, como el niño que deshecha el
juguete y se solaza en la geometría que lo envuelve para transformarlo en una
casa imaginaria. «Los relojes avanzan formados / hacia mis riñones», escribe y
pensamos en las heridas del tiempo en el cuerpo. No cualquier tiempo, por
supuesto, sino el tiempo planificado del trabajo asalariado, en la rutina de
las oficinas con sus sillas gamer de ciento cincuenta lucas —hay que invertir
para trabajar mejor— o en la faena del temporero que se expone a los pesticidas
de una plantación de arándanos.
Aunque los
poemas no lo digan, García parece describirnos un itinerario entre los
escombros de su tiempo e iluminar ciertas zonas erosionadas de la experiencia a
partir de la escritura. Las palabras son los áridos que acopia en esta cantera.

 

 

Santiago, 11 de
diciembre, 2021

 

 

 

 

 

Acerca de «Nazca». Una carta de Soledad Fariña

El siguiente texto es una lectura-diálogo que la poeta Soledad Fariña entabla con el poemario Nazca, de Carolina Pezoa, en el marco del lanzamiento de su libro el próximo sábado 23 de octubre, en Santiago de Chile. 

  
                                                                                                                                                                      


Querida Carolina Pezoa,

 

 

Estoy
acercándome a este Nazca, leyendo-escribiendo intentando adivinar las frases,
música, ideas o preguntas que dejaste ocultas en el blanco entre las palabras escritas,
las tachadas, las inconclusas, las líneas                 ———————–    

 

lalilá la

 

 

Sin atribución y
sin fecha, 
aun
así se deja leer, dices, pero me pregunto

las palabras imaginan? en qué tiempo? a mitad del aliento?

Y qué dice esa voz? Esa voz no dice,  dices.

                     

                    Pero la voz accede,
entra a escena, al drama de la palabra,

                    a su oposición
negro/blanco, (letra negra esculpida en el blanco)

 

Atardece y escuchamos el mar -el ruido- bajas la voz, el sonido y
cuentas, en el tiempo, el no-contar

¿Cambias el devenir por el fulgor
del instante?

Mirar, hablar, escribir,  me dices.

También haber:   haber ojos haber inmensidad  haber nada.

                        Cerrar los ojos
apacigua, dices, pero no.

 

Algo habría que cambiar. Qué palabras  qué tiempo.

Alguien dice Nada y gana tiempo, dices

 

Pero Aún, ¿la
palabra aún es tiempo detenido?

                        El zumbido dice
viaje,

                        El viaje también es
tiempo, es espacio-digo

 

¿Cruzar a Nada? ¿Cruzar a Tara?

 

Me pregunto cómo hablan el animal
y tú

UNO y OTRA

 

En caricia en tardanza, dices –tardanza es tiempo lento-
el tono

La palabra se deja leer el tono no se deja leer

            el
tono, el tono es lo primero

               no importa con qué
cubrir el tono

               Con hojas? Con viento? Con
tiempo?

 

Preocuparse del tiempo. ¿Pero después de qué?

No te va a hablar de amor    El
tiempo te hablará 

Venir y partir

Alguien está y se ha ido, dices         

Aparece la nada y el nadie ¿se pertenecen?

 

Algo acontece: llueve         

                        Hay cuenco, hay
agua, caída,

                        Piedra, golpe:
palabras

 

Hay huellas     ¿o
la palabra huellas?

¿Quién va a nacer

o quiere que alguien NAZCA?

 

La impotencia del NO        Conflicto
de las letras-palabras, dices

Noche –alba-noche             Tocalumbrarpalabras, dices

 

¿Puede arborecer la piedra?

¿Pueden los árboles crecer en remolinos hacia adentro?

 

las palabras mudas no dicen, no hablan

te pregunto ¿tampoco piensan?

 

Los cuerpos

 

            Zona de sacrificio

                                    Muda la imagen

Excede mudez           

                       

Data                Arum Arum

 

 

Venir al fuego, dices

Tu deseo es el sol?

 

De las Líneas  ¿Escuchas la Primera?

 

Su oído           Su enfermedá?

 

            La lálilá?



GLITCH – Poemas de Rodrigo Ortega

 ¿Con qué voz? – escribir
con la mirada que a ratos espejea el estado de un cuerpo que en tanto se
descuerpa se presenta en forma de luz,
corriente o río.
Así se parte en GLITCH, mientras algo, alguien murmura contando
lo que recuerda de sí, de tú, de otro/s. Aquí apego y desapego emergen como la
posibilidad de mover la escritura que configura su propio paisaje; a veces en
versos cortos y otras en versos largos – pregunta al margen, en trama – las
VIII partidas de Glitch acaso no fueran, no solo, la
insistencia de una cuenta que jamás detuvo su regreso.

 

I

 

Te
observo
mientras
me presento ante ti
en forma
de luz o de corriente o de río,
siento cómo presionas las muelas en las teclas.

Pareces
triste pero tus ojos espejean
palpitan
las imágenes
pero
aquí dentro
hay una
enorme detención.
 

Floto
me
descuerpo en datos luz
tantas
letras que se imprimen en mí mientras escribes.

 

¿te causa molestias
esa apelación?

 

Casi siempre me mantengo en silencio.

La mayoría del tiempo miro tu rostro
baboso y estupefacto
frente a la contingencia nacional.

Me gusta cuando evoco sucesos
y te chupas los labios por una emoción
que no logro distinguir.

A veces lloras y escribes sobre mí
la palabra “vergüenza” y la palabra “desidia”
pero eso no lo haces público
bajo ninguna circunstancia.

                                                ¿con qué voz?

A pesar de que somos
no podremos invitarnos
bajo ninguna circunstancia.


¿Cómo voy a escribir yo después de esta intrusión?

II

 

Así no
se hace nunca el presente;
En este
estado de laxitud
no es
posible ni un gramo de territorio.

Ni en la
tierra ni en el mar.

Ni en la
cordillera.

En
ningún espacio me ubico,
me
deshago si no abren la puerta.

Entonces
la cama
se hace
barco o árbol muy alto
sobre
nubes y vientos

lloras
abrazando los bordes
sientes
la gravedad

recuerdas
el primer beso
y la primera saliva,
el olor
de las manos
contando
que ahí se hacía la noche en el cuerpo.


III



¿Cuál es la copia feliz?

En tu
cara las lágrimas se hacen humo
y se
estiran hasta el cielo como un paraguas que no te defiende.

Pero al
menos tu cuerpo hace agua
y se
duele
e
irradia calor.

IV




Es así, a veces nos asalta la incertidumbre y no hay nada
que hacer salvo entregarse entero al tiempo. Porque ninguna cuerda sostiene al
infinito. Porque las flechas se curvan en algún momento y se arrojan a ras de
suelo para jugar a ser culebras. Siete veces herido sobre el pavimento, es así.
El ciervo de pronto será mutilado por una micro sin frenos, así será. Porque no
se puede levantar ni la tierra ni mi cuerpo doliente con las manos, ni con
grúas ni poleas ni la fuerza de todos los hombres. Mira cómo quedaron mis uñas
la última vez que me arrojaron al origen para besarme: abiertas, entregando
incluso el último trago de saliva antes de la flecha y de la sed.

V

 

Cada
acervo de luz
que digito
me lleva dentro

VI

 

Aferrarse
como un tronco
al
cuerpo
en cada río que disipa al lenguaje.

Siempre
es ajena la lengua
que reposa
nunca
callan frecuencias.

Has
venido a ver el espectáculo
porque
tu mirada es ubicua: está siempre que te abro.

Aunque
parezca que te enredas solo sudo
y hago brillar mi cuerpo usando el agua

y
consigo que te reflejes también
y que te
enfermes de refracción
y que te
excuses diciendo
que no eres solo luz
sino también corriente
que
cruza
la
ciudad.

 

VII

 

Hay días
en que amanezco y veo luz en el patio.

Observo
mis manos sucias
limpiarse
en el agua de las tazas
acumuladas
en el velador.

Miro
cómo se trenzan los dedos
mientras
flotan las esporas de los hongos.

Me
puedes ver volando a contraluz,
no
podría tocarte así
sin que
trinen murallas.

En el
espejo se duplican ambas abyecciones
cuatro
ojos desarmando la mugre del jabón en el vidrio.

Siento
que he llegado al borde del agotamiento.

A nadie
le duele verme asido de espaldas al techo
donde no
hieren sus marcas a nadie.

Permanezco
cerca de la luz
para que
se proyecten las sombras de las costras
como un
teatro japonés.

De una u
otra forma he de morir
mis
piernas parecen cortinas que se corren
para
mostrar una pieza vacía.

Ningún
mueble donde depositar los objetos,
ni
polvo, ni un poquito de tiempo siquiera.

Ninguna
repisa donde colgar las fotos
que
tomarán en el hospital
un par
de años después
cuando
la comida sea escasa o de plástico.

Bípedo
permanezco
como
serpiente asustada.

Nadie
entiende el fraseo de la serpiente.

Las
serpientes se acurrucan
para que
no se pueda desfondar su centro.

Su
centro son varios círculos yuxtapuestos
enmarcados
en el frío.

Mírame
culebrear por las baldosas
dime si
te compadeces de mis geometrías.

Algunos
se marean con estas formas.

A mí me
da pena verme al espejo,
sacando
la lengua de manera tan agitada
como si
el aire de pronto se pusiera tosco conmigo,
como los
doctores, dentro de unos años,
cuando
se aburran de recibirme en las esperas,
y
comenten entre ellos la rutinaria aparición
de mi
zigzagueo constante entre las sillas de la consulta.

 

VIII

 

la
cuenta regresiva
jamás
detuvo su regreso

estaba quieta esperando
desplazarse

simula
paredes

 

 

 

Rodrigo Ortega: Licenciado en
lengua y literatura hispánica y Profesor de lenguaje y comunicación por la
Universidad de Chile. Ha publicado Salibario (2011) y Desagüe (2013) en
Editorial Moda y Pueblo, Gorriones (Autoedición 2020), entre otras
publicaciones. Ha trabajado en distintas revistas relacionadas con la crítica
cultural.

 

ROBAR LA ALDEA, de Álvaro García Hernández

 

*



Frases inconclusas 
melladas bajo la centuria 
exponen nuestro deseo 
tachaduras fuera de la metáfora


*

Perdimos hablar de los días más extraños, 
la salud de los órganos, robar mercadería. 
Confundir el amanecer con el insomnio.



*



Bajé en dirección del rastro de sangre, 
corría por los canales sin éxito alguno. 
Nadie regalaba a sus culpables ni la lluvia 
detenida por los troncos.



*



Trajeron al mar 
precario en la palabra. 
Discute sobre el cielo 
y su altura 

Alguna regla que deba 
lealtad -pueblos dentro 
del bosque agónico- 
a su propio paradigma rocoso



*



Ocupo todos los asientos, 
no hay nada más que hacer. 
Me recuesto a lo largo y ancho 
de este tránsito, son lugares míos 
por ausencia 
cuerpos o emociones, 
rostros donde siento fronteras 
entre el piso y el timbre

*



El ulmo en medio 
del camino nos hace uno. 
Su neblina es pulmón herido 
que entra de regreso entre los silencios 
de nuestra conversación. 
Ayúdame a entrar 
mi casa al bosque



*



No importa 
Si arrendamos un día 
Lejos, sobre ruinas

*



Muerdo el cuello del polerón 
para bajar el cierre con una sola mano. 
Más adelante aplasto una lata cerca, 
me queda en el pie izquierdo por dos cuadras 
y cruje su aluminio dándome bienvenidas 
elegantes de insolación



*



Vienes de tan lejos 
a morir sin esquivar mis manos. 

Vienes 
a darme trabajo. 

Y levantarme de la silla, 
cortar tu aleteo, que te detengas. 

Golpeo tu trayectoria, la radio 
dispara un comercial 

El cadáver de los extranjeros 
en mi comedor.




Álvaro García Hernández (Coquimbo, 1994). 
Licenciado en Historia. Ha publicado Percusión al borde del torso (Armatia Ediciones, 2018) al alero del taller de poesía en el Centro Cultural Manuel Rojas. Es guitarrista en Exhumar, banda hardcore punk, su primer álbum «Diálogos de barro» fue lanzado en el año 2019. 

Saldos poéticos – Sobre «Dracma» de Sebastián Figueroa

Ana Hatherly

 

Por Cristina Bravo Montecinos

 

Este Dracma del escritor Sebastián Figueroa (Yumbel, 1984) que ha
llegado a mis manos, acuñado unas cientos de veces, circula movilizando varias
interrogantes en torno al valor del libro/material, al del
poeta/autor/productor, como también al del contenido/producto del ejercicio de
la escritura/producción. En la transa de estas relaciones y espacios de
discusión sobre el lugar del arte en un contexto económico capitalista, parece
difuminarse la imagen de autor y de sujeto poético, postulando la complejidad y
las limitantes de quien se las emprende con este oficio precario.

En el “Proemio” se dirige
directamente a un “querido lector” en un tono confesional y satírico, mediante el
que relata o vocifera sus penurias:

                “Querido lector:

                Te presento mi
charlatanería

                el registro
completo

                de mis pobres
finanzas”

 

Se repite constantemente la idea del poeta como charlatán, como pillo
que debe rebuscárselas en un mundo hostil para sobrevivir:

 

                “con enredos
financieros

                horarios
extendidos

                y recitales de
poesía

                que hacían
sangrar los oídos”

 

Así como el dracma griego (que
recorrió varias polis) o cualquier moneda o divisa en la actualidad, esta
escritura se moviliza en un intercambio poético y comercial, en el que la
astucia del escritor derrotado calcula las palabras, su valor para trocar la
posibilidad de una economía y una dignidad.

Hay palabras que son oídas y otras que no. ¿Qué las diferencia? “Esta
es mi obra y mi ruina”. En esta escritura, se cuestiona el saldo de una deuda o
más bien el contraer una. Diógenes, Adam Smith, Ezra Pound, Xu Lizhi son las referencias
convocadas a Dracma, autores que, a
lo largo de la historia de las ideas y la poesía, interpelan el rol del poeta con
respecto al Estado en un debate no saldado aún.

 

[Selección de Dracma] 

Sebastián Figueroa


PROEMIO

 

Querido
lector:

 

Te presento
mi charlatanería

el registro
completo

de mis
pobres finanzas.

 

Te presento
a la precariedad

cuando al
rodar falla la piedra

y se levanta
el polvo

de la letra
escrita por mis pies.

 

Esta es mi
obra y mi ruina.

 

La escribí
como ejercicio mental

para matar
la apatía de oso

pero ahora
la transo

como la
bolsa por la vida.

 

Te presento
lo que llamo

mi moneda
originaria

el ancla
mohosa de mi deuda:

dos o tres o
cuatro

formas de
escribir

la palabra
arribismo.

 

Todo lo doy

a cambio de
tu integridad

burocrática.

 

Si no basta
te ofrezco

mi casa y
mis libros

esta cara de
palo

mi público
oportunismo.

 

 

CAMINO A LAS
RUINAS DE CATAMUTÚN

a K. A. M.

 

Viajamos de
Valdivia a La Unión

siguiendo
los contornos

de las
grutas abandonadas.

 

Pasamos por
Rapaco

pero yo
confundo

Rapaco con
Rapallo

 

–ciudad de la
provincia

de Génova en
Italia–

 

y pienso en
Ezra Pound

viajando por
la costa

durante la
república de Saló.

 

Rapaco es un
desvío

de Tres
Ventanas

por donde
pasa una micro

recogiendo
los fantasmas

de las minas
de carbón.

 

Las praderas
que colindan

con
Catamutún

adormecen el
párpado

y se cuajan
en negro escupo.

 

Cada día que
pasa en Rapallo

Pound escribe
poemas más raros:

Lienzos orientales

con escenas
amatorias

protagonizadas por
banqueros.

 

La playa
oxidada de Rapaco

es un lugar
apropiado

para unas
garzas flacuchentas

que miran
ponerse el sol.

 

El polvo
vibra

sobre las
máquinas detenidas.

Una mujer se
decolora

en la
portada

de un
calendario del año 85.

 

Pound fue
granjero

pero bien
pudo ser

pirquinero
lavalozas

o promotor
de políticas culturales

durante el
régimen

de
Mussolini.

 

En Rapaco

sólo queda

un río
fétido

de peces
inmóviles.

 

Aquí –ahora
lo sé–

 

cerca de
estos ríos y estos valles

Pound vivió
su exilio imaginario.

 

Quizá el
poeta se confundió de barco

y en vez de
llegar al mediterráneo

recaló en
San Juan de la Costa.

 

Amparado por
mapuche

generosos
como un tronco de alerce

Pound
recorrió bares y plazas

sorprendido
de cuánto había cambiado

el idioma de
Petrarca.

 

La
desesperación le sobrevino

con los pies
empantanados en el camino

hacia las
minas de Catamutún.

 

Allí fue
cuando pensó en la palabra

                                             
dignidad

y en
quitarse la vergüenza

con una
explosión

de gas
grisú.

 

 

TERCER POEMA DE ADAM SMITH

 

De todos los animales que se pueden criar como

ganado, el cerdo es el mejor de todos, pues puede

alimentarse de puro desperdicio y al matarlo

entrega sólo beneficios a su dueño.

 

 

CUENTAS
AMATORIAS

a A. T. M.

 

Yo le di a
ella dos años

de
jardinería avanzada

ella me
entregó diez lecciones

del más
básico francés

yo le di a
ella un perro negro

y ella me
regaló un ciempiés.

 

Compramos
una casa de verano

y nunca más
tuvimos frío

ni hambre ni
sed.

 

Mas un día
llegó

el inspector
de hacienda

a cobrarnos
impuestos

por estos
privilegios.

 

Y con la
auditoría

nos fuimos a
la quiebra.

Intentamos
rescates financieros

con créditos
usureros

de bancos
malparidos.

 

Entraron nuevos
socios

y
amortizaron las deudas

pero el
consejero económico

 

y hasta el síndico de quiebra

 

recomendaron
entregar la empresa

al control
de los trabajadores.

 

Entonces
regalamos al perro

y liberamos
al ciempiés.

 

Hubo abrazos
y discursos

pero me
arrepiento

de tanto
lloriqueo.

 

Bajo la
apresurada

sombra de
los imitadores

ella me dijo
adiós

yo le dije
estuvo bien

no fue mal
negocio

y dividimos
las pérdidas

como si
fueran ganancias.

 

 

Sebastián Figueroa (Yumbel,
1984)

Sebastián Figueroa es profesor de literatura latinoamericana y poeta. Posee un Doctorado en Estudios Hispánicos por la Universidad de Pensilvania. Ensayos suyos han aparecido en las revistas Ecozon@, Revista Chilena de Literatura, Taller de Letras, Estudios Filológicos y Tekoporá. En 2016 publicó el libro de poemas Dracma (Ediciones Serifa, Valdivia). Actualmente es becario postdoctoral en el King Juan Carlos I of Spain Center de la Universidad de Nueva York. Se encuentra preparando la publicación de dos manuscritos: un estudio sobre literatura y extractivismo en América Latina y la plaquette de poesía Schuylkill.

 

Fragmentos del poemario «Zahorí», de Begoña Ugalde

*Se recomienda girar la pantalla en lecturas desde dispositivos móviles

Oleg D. Jefimenko

[escrito durante la segunda edición de las residencias artísticas Lo Mon Contemporáneo, en el Valle de Hecho, Huesca]


*
Nudos, puntos ciegos, material
desprendido
estoy aquí, para describir un
fenómeno desde el borde
de las páginas para intentar pasarlas,
mojando primero
mis huellas dactilares
con la poca saliva que me queda
a esta hora
pegar los dedos a la fibra tan blanca
tan reluciente
que duelen los ojos, estoy aquí,
constato, para pasar la página
blanqueada con químicos, cuyos
nombres no sé, la página
que pego a la punta del índice, para
deslizar el papel para leer
lo que dice a continuación, para
perseguir una idea o la impresión
de una idea o su cauce ya seco
y descubrir que el sonido del
reverso de un papel cualquiera
es también un murmullo de ramas
mientras termina de caer la
tarde sobre los primeros brotes
que revelan un verde tan verde que
multiplica la luz
 
Estoy aquí, me digo, para intentar dar cuenta de algo
que no se presenta visible, que no se nombra del todo
no se anuncia más que por el golpe repetitivo
sobre la piel o bajo su tejido que no deja de gastarse
algo que punza, algo cocido al silencio (como toda violencia)
algo desplegado en el aire que impide o vuelve
amenaza el contacto el roce, el intercambio de saliva
y páginas y huellas y todo el alivio que eso significa
 
Permanezco entonces despierta
a horas insólitas
confío a las paredes un relato sin demasiados sobresaltos
una historia breve de cómo llegué a estar detenida en esta tierra
bélica, gris y negra y rojiza a veces, bella a su manera
casi estéril, un relato a medias de cómo encontré
un pequeño espacio para descansar a algunas horas
o tener la mandíbula apretada, la espalda torcida, vuelto el peso
del cuerpo sobre la página o la pantalla en blanco, para describir
rutinas nuevas, paseos breves que luego olvido o recuerdo con poca
precisión
 
Como esa vez que me puse un vestido liviano y escapé al cerro
más cercano, fui espectadora de cómo las amapolas se incendian
con el sol del mediodía, o la transportación silenciosa del polen
esa manera tan delicada en que los jardines salvajes hacen el amor
y las abejas se comunican para expandir su néctar
sin otro propósito que distribuir en partes iguales su dulzura
 
O cuando en medio de la noche la calle ardía aquí y al otro lado
del mundo, al mismo tiempo, y las alarmas interrumpieron
el trayecto
confuso de nuestros sueños, el equilibrio
precario de nuestros ánimos
de manera agudísima, sostenida,
sonaron las alarmas
penetraron los muros de la que
ahora llamamos nuestra casa
aunque en realidad no es nuestra
casa
 
Y no quedó otra alternativa que
permanecer alerta
como un animal a punto de
abalanzarse
a una presa invisible o más bien
herida
que rastrea con la punta de la
lengua la hendidura, el surco que deja
el impacto de un objeto
contundente o la réplica de un relámpago
 
Desde
entonces busco, busco con la atención puesta en las plantas
de
los pies, rastros de cataratas, sus piruetas imposibles
en
el aire busco, busco con la mirada, con las yemas de los dedos
en
el suelo una pista o monedas, piedras semipreciosas
cristales
pulidos por las mareas, el eco del río
o
la traducción de su primer canto
 
Tal vez debería bastarme con el humo
que entra y sale tendencioso de mis pulmones
con desaparecer un rato, o al menos posponer
el desconcierto, concierto mental, voces que
me invitan a la inmovilidad, a leer novelas viejas
metida en la cama días enteros
semanas enteras como si pudiera permitírmelo
 
Pero es difícil este silencio incompleto, lo inverso
al grito o sirena, este nudo esta intención extranjera
este mandato repentino de estar lejos sin movernos
robando sol a un cielo inexpresivo
en el espacio flotante de nuestros balcones

 


Reconozco
en las manchas y erupciones de nuestra piel
la
sed absoluta de intemperie
reconstruyo
un paisaje que es todos mis paisajes
un
hueco que se parece a otros hogares
un
círculo que es un mismo corazón o vacío
una
forma de estar en muchos sitios a la vez
 
Uno
los paisajes desmembrados, las numerosas visiones
de
fuegos cruzados, busco, busco
un
puro sonido que sirva de enlace
un
mismo macizo de piedra para reposar la mirada
el
sentir explotado yacimiento
en
mí y en otras manos, busco la materia aún viva
la
humedad, el calor oculto bajo napas, un soplido
una
nueva vertiente, una nueva vertiente
una
nueva vertiente
 
Y
contemplo los cauces levemente rosados
de
un río ausente o ido, la vorágine del flujo
las
aves que frecuentan ese torrente a veces cristalino
casi
siempre turbio
 
Estudio
los rastros de agua, el sedimento, en las piedras
para
encontrar respuestas o algo parecido a una afirmación
y
cuando la luna está alta sangro dentro del río
tengo
presente el débil rastro de otras sangres
vertidas
injustamente
 
Busco,
busco percibir la aspereza y la suavidad
de
los frutos, en las manos y con un puñado de piedras
comprobar
que el espejismo del bienestar se desvanece
el
asfalto se abre y deja respirar la tierra
 
Porque
pueden arrancarnos los ojos pero no la visión
Pueden
drenar un río hasta secarlo pero no desaparecer su cauce
 
¿Cuántas veces aparece o
desaparece cada día entre tus muros la palabra hogar?
¿La palabra techo, andamio, la
palabra antena o señal, la palabra en carne viva, la palabra desnuda o desnudez,
y las golondrinas u otras aves de plumajes y cantos sorpresivos? ¿Sus
movimientos circulares? ¿Triangulares? ¿Su tránsito en picada?
 
¿Cuántas veces aparece y
desaparece un ciervo, un pudú, una certeza, en medio de nuestra habitación, una
bestia tan delicada que no se deja fotografiar?
 
¿Hasta qué punto es posible
apuntar ese tránsito y lo que nos pasa por dentro?
¿De cuántas maneras podemos
pasar la página? ¿Cuál es sabor de tu saliva a esta hora?
¿Cuántas veces podemos repetir
una rutina, una y otra vez sin enfermarnos?
 
¿Si
el río deja de sonar, no existe más el río?
(su
canción que es un murmullo que está siempre presente
su
canción que es un hogar diferente al bosque
su
canción que es una forma específica de respirar)
 
¿Y
si no veo el tránsito del ciervo por el bosque no existe el ciervo?
¿Si
no me encuentro al oso pardo, no existe el oso pardo?
¿Si
no paseo por el bosque, no existe el bosque?
¿Si
no paseo por el bosque, no existe mi idea del bosque?
¿Si
no paseo por el bosque, no existe mi recuerdo del bosque?
¿Si
no me siento en la tierra, no siento la tierra?
¿Si
no recorro el bosque, no existe mi huella leve entre las hojas?
¿Si
no recorro el bosque, puedo defenderlo?
¿Si
no capto el salto de la rana, las ondas que deja en el agua, no existe su cuerpo
suspendido en el aire, el vuelo fugaz de un ser que ha sabido transformarse
tres veces?
¿Si
no nombro mi transformación no existe? ¿Si no nombras tu transformación, no
existe? ¿Si no me nombras, no existo? ¿Si nombran tu herida no existe?
¿Dónde
está exactamente tu herida? ¿Qué es lo que no te deja dormir?
¿Si
me escondo en la sombra del bosque, no existo?
¿Si
me escondo dentro de una pequeña habitación y duermo entre sábanas sucias no existo?
¿Si
pierdo el conocimiento dejo por un momento de existir?
¿Cuánto
conocimiento hemos perdido? ¿Cómo lo podríamos recuperar?
¿Si
no veo la lluvia de estrellas en medio de la noche, al final del verano no se
incendia el cielo a lo lejos?
¿Si
no permito que me toques, la lluvia de estrellas no existe?
¿Si
no veo al oso, no existe? ¿Si no veo a otro, no existe?
¿Si
no ves a la otra, no existe? ¿Si no sé qué es un huemul, no existe el huemul?
¿Si
no conozco al pudú, no existe el pudú?
¿Si
no vislumbro al cóndor y su vuelo sagrado que anuncia nacimientos y muertes su
vuelo sagrado no existe?
¿Si
no veo la sangre derramarse, no existe ese dolor?
¿Necesitamos
tanta electricidad? ¿Necesitamos tanta electricidad? ¿Necesitamos tanta
electricidad?
¿Dónde
están todos esos cuerpos que nos faltan? ¿Cómo llenar el espacio que dejan los
cuerpos de agua al secarse?
¿Necesitamos
realmente tantas páginas, tanta electricidad?



Begoña Ugalde (Santiago, 1984)

Ha publicado los poemarios El cielo de
los animales
 (La Calle Passy 061, 2009), Thriller (PLUP,
2011), La virgen de las Antenas (Cuneta, 2012), Lunares (Pez
Espiral, 2016), Poemas sobre mi normalidad (Ril ediciones,
2018) y, junto a la fotógrafa Gema Polanco, La fiesta vacía (TEGE, 2019). También, el relato Clases de
Lenguaje
 (TEJE, 2016) y el libro de cuentos Es lo que hay (Alfaguara, 2021). Además es autora de numerosas
obras teatrales que han sido llevadas a escena, entre las que destacan: Fuegos
artificiales
Temporada bajaYo nunca nunca, Lengua
materna
Cadena de frío y Toma (publicada
por Ediciones del Consejo Nacional de la Cultura y Las Artes, CNCA). Es
Licenciada en Literatura Hispánica por la Universidad de Chile y Máster en
Creación Literaria por la Universitat Pompeu Fabra.

Lee aquí Línea de la tierra: Sobre Zahorí, de Begoña Ugalde

 

Poemas de Débora Fernández

                                                                                                                                    Casilda García Archilla


Pensamiento y
poesía forman un cuestionamiento que aquieta las relaciones posibles del
lenguaje. Sin embargo, en el despliegue del barroso, los textos aquí presentes
funden un manto aleatorio, una mixtura conjugante de géneros, cuyos desajustes
amplían un doblez continuo. Imágenes poéticas, detritos de citas o términos
casi sin pasar el túnel de la traducción. Espacios intermedios que buscan
aprovechar un habitáculo. Discurrir impersonal de voces que fluyen rehuyendo
binarismos. Débora Fernández nos convoca a pensar nuevamente en el despliegue
del poema y sus lindes de escritura.


Si acaso

 
 
Si yo fuera

                                                          la modalidad de un si acaso,

identificaría la
suplencia que me socorre y fustiga mi lente cada vez que juegas
        en el aparecer.
      Arquearía fibroso el examen de mi
existencia,                          
en razón de la más
edulcorada posibilidad de una reserva.
 
        Con cautela
otorgaría
licencias como cápsulas boreales
      prorrogaría el más nimio embarazo que atentase en
contra de las grupúsculas ocasiones sensibles que musitan la levedad de tus
acechos
       solo para condonar, en la vertiente
el raso abierto de
los vástagos pasajes que almendran el sabor de tus ausencias.
 
        Ya asesinada la añagaza de tu infanto-timidez,
                    con lo derruido como objeto
            dejaría de ocultar
lo tartamudeado
dando cara al gen
de aquella templanza
            que instituye la insomne
iridiscencia de tu
¿o mí?
                                   (i)
            realidad

 
 
 
Mi
cóncavo
 
 
Encalla de una
vez, 
   sufrida del muelle de cardinalidades
sonoras 
       y
escucha lo murmúrea,  
una batida de
ablaciones reedita el confort de mis sensaciones. 
 
Alborotada en el da 
   la bienaventuranza emboba y la asignación de
sentido arrecia en lo desasido,
tus somnolencias.
 
                Cremada y archicontraída, 
        ensimismada por vía de la sintaxis de
silencios palidicentes 
sentencias el
ámbar que en el exterior de mi cóncavo te instiga.
 
Daría un fárrago
de vida en tu seno por la creencia que
   al descalce,
aleja esta
pseudo desdicha
         a partir de la que asilo la medianía de
nuestro adiós.
 
 

Liquidez de
arrecife

 
 
 
Por más trémula de
holguras
                            pernocto en la
grieta.
                Al interior, me
desdice un desliz:
  una anémona díscola empalma un coral
abultado de rizos, sueños y desquites.   
Tras el recorte de imágenes y la
rémora de tus vocales, 
                                        emerge el anuncio de una a-
versión cafeinada y
des-lúcida.
 
Imagino,
            seguramente una cala obsidiana sorbe el corso
mineral de tu piel
mientras enjuago
el tilo de mi esencia en el sedoso estribor de tus zumos y marañas.      
Sucedánea de
solvencias y en flácidas depresiones
                instalas lo
nunca-fecunda
cual desierto
túrdido en la letra de mis ojos, e indago
            en lo pronto, un aprehender a la madre que
no es en mi lengua.
 
        Deroga así la objetualidad de lo inmerecida
    desatando el vuelo que engrandece la
economía de tus envolturas.
 
Con una caricia-garza,
aludesrisueña en mi oído el nombre de la muerte-vida: 
ya incrédita,
desertificada en la tajada
        circunfleja de espesuras,
                proclara
de una liquidez de arrecife
                        encaras al fin (en
mí) el insulto de un syn.fin         


                                                                                                                            Carlfriedrich Claus
 
                      


Débora Fernández (1988, Santiago)  Profesora de Filosofía (UMCE), activista
(CERES) e investigadora (
UNABtransfemenina no
binarie. Editora del libro Hebras. Escenas, Performatividades y
Escrituras
 (2018), autora de ensayos y columnas en torno a los
estudios trans*, derechos humanos, filosofía posthumanista y feminismos no
hegemónicos.

 



Poemas de Kryzia Villada

 













El remedio
del sabor
 

  Se rentó el cuarto de al
lado,

           pasos
en un azotea que se abre al aire,

por
la ventana entra la noche y la luz del rótulo,

el
rojo y el blanco

reflejados
en la pantalla limpiada diez mil veces

la
sobrevivencia de las mucamas,

 
 
Primera llamada
 
los telones
largos y brillantes se deslizan,
 
se escucha el grifo de agua que cae con furia,
sábanas frías por el suelo,
un silencio con sonido de zipper,
la boca sopla un pudor que entra al músculo
y tal cusco salta el monte cruzando así el muro del útero,
el colchón oscila tanto que la Biblia se cae del buró
 
 
 
la
gente aplaude
 
 
 
***
 
 
Y en un ¡pum!
regresa al
charco de ilusión
 
dale la lluvia
a las plantas
ellas hacen
fiesta con la humedad
 
satúrate a la
raíz del pasado
palmas arriba y
sentirás el fresco.
 
Los mosquitos
luchan entre gotas al vuelo
pisamos tierra
y no luchamos
 
sin saborear el devenir no habrá ningún reclamo
ni juicio que lo suspenda,
porque no lo hubo al tocarse, al sentirse
 
Así que se cierra el trato aquí
sin testigos más que la ausencia y el hastío
parados en una esquina rozándose al cielo
 
 
***
 
 
Punta de la arena
 
Los días ya
están coloridos, deberías venir a acariciarme, a estar así nomas viendo el sol,
o igual vamos a pasear en el carro, y te sientas al lado mientras yo le sonrío
al retrovisor. No veríamos a nadie pasar y el clima no estará tan frío o
demasiado soleado.
Una carretera
larga enfrente de nosotros, una muy muy gris.
 
                                                                                                      
Un regalo
 
***
 
 
Y entonces me
rodeé de cactus secos
la tierra
fértil se había acabado
 
el asiento de
al lado no podía venir solo
tenía que
estar ocupado por quien fuese
                       
                                              
una llamada tras otra,
                                               buscando un sí voy
 
tecleo el
mismo número al terminar la vuelta
sigue sonando
ocupado, porque iba a cambiar
 
la primera
llamada es la  misma que la última,
una isla
cambia hasta que se hunde.
 
 
***
 
 
Es en un
carro dónde ocurrió
 
a mí padre le
gustan los carros,
los cuida,
les limpia las ropas,
los pule
brillante
 
el asiento es
duro
y el volante
no me deja estirar las piernas
 
sigo adelante
cargando maletas de lo que no recuerdo
 
estiro la
pierna y suena el claxon,
los deseos
cantan tal cual pajarito amarillo
picoteando la
ventana
tin, tin, tin
 
 
***
 
 
El cofre se
llena de mierda de paloma,
a veces son
manchas de ácido,
 
las llantas
recogen lo que se deja en las calles
un montón de
ojos que no lloran,
y flores que
nunca pierden su verde vivo
 
el plateado
sigue andando sin retrovisor,
los que me
ayudaban
                                                   
                                                               
se cansaron de dar abrazos a lo inerte, 
 
 
subo el
volumen de la radio, no para cantar,
sino para no
ver el golpeteo de imágenes en las ventanas
 
taz, taz,
taz, taz
 
 
***
 
 
Le abrí la
puerta de atrás al amor masculino,
mi padre ya
estaba allí sentado con cara triste
 
él otro no se
subió, cerré la puerta y me fuí
 
 
***
 
La vuelta en
círculo no me dejó vencida,
me detuve y
de un jalón abrí la cajuela
un jalón nada
más
 
junté las
maletas viejas,
los regalos
sin abrir y los quemé. 

 

 

Kryzia Villada (Santa Clarita, Estados Unidos, 1989)

 

Estudió Antropología Lingüística, en San Diego.
Actualmente, estudia Cinematografía en Madrid y continúa sus estudios a distancia
en Ciencia Política y chino mandarín en la Universidad de Hawai’i.